Lo tenía todo para erigirse en voz de una generación, y en la figura más relevante del rap femenino en España desde la Mala Rodríguez. Pero enmudeció a causa de un ‘shock’ anafiláctico, de repente, a punto de cumplir los 26 años y de publicar el que acabó siendo su disco póstumo, ‘Banzai’. Ana Isabel García, más conocida como Gata Cattana, se convirtió aquel día en algo parecido a un símbolo.

Ella misma se había definido como dos mujeres en una. A un lado Ana la poeta, creadora de versos profundos declamados con sensibilidad única; al otro Gata la rapera, una guerrera cuyas palabras impactaban como puñetazos.

Sus rimas fueron publicadas por primera vez en 2016, tanto en el poemario autoeditado ‘La escala de Mohs’ como en un EP titulado ‘Inéditas’, rebosantes de Historia, de filosofía, de cultura clásica, de alusiones a la precariedad y la corrupción y de otras pruebas de su licenciatura en Ciencias Políticas; por ellas paseaban tanto Antígona como Gilles Deleuze, tanto Góngora y Quevedo –a quienes definió como unos “grandes raperos”– como Walter White.

“Sabía muy bien que podía influir en la gente por medio de la palabra, pero no era panfletaria en absoluto; prefería echar mano del poder de la matáfora, de forma sutil, sin caer en lo evidente”. Lo afirma Juanma Sayalonga, que fue amigo de la cordobesa y que prácticamente desde su muerte ha estado trabajando en el documental-homenaje ‘Eterna’, que ahora ve la luz en el Festival de Cine Europeo de Sevilla.

Contra el tipo de mitificación entre romántica y morbosa de la que suelen ser objeto los artistas que mueren o desaparecen demasiado jóvenes, la nueva película opone un retrato de la persona que al morir quedó reducida a icono. Repasa su historia desde la infancia hasta que la escena cultural ‘underground’ del país convirtió ‘Gata Cattana’ en una suerte de contraseña, y sus inquietudes humanas y artísticas son recordadas tanto por familiares y amistades como por personalidades musicales y literarias como Juancho Marqués, Alejandra Martínez de Miguel, Frank T, Sara Socas o la propia Mala Rodríguez.

Se explica cómo Ana se ganó el apodo de Gata de muy niña, por sus ojos felinos pero también por esa manía suya de arañar cuando se veía envuelta en una riña. Ana Llorente, su madre, recuerda que aunque “cantar le encantaba, escribir era su pasión”. Y añade: “Ella me decía: ‘Mamá, yo sería la más feliz del mundo si mi única ocupación fuese escribir’”. Fue al trasladarse a Granada que aprendió a unir la poesía con la música y así dio a luz a su rap, que aunaba folclore y vanguardia y bebía del flamenco y la electrónica por igual.

“Si se metía en una discusión, dejaba a cualquiera sin argumentos”, afirma también Llorente en un momento de ‘Eterna’ sobre su hija. “Iba para presidenta del gobierno”, opinan sobre ella dos de sus amigas de niñez al recordar que Gata tenía alma de líder, de revolucionaria y, sobre todo, de abanderada para el movimiento feminista. "Yo nunca fui ese tipo de princesa que se espera sentada a escuchar odas a su belleza, yo era más una Teodora de Bizancio, que quebraba y administraba imperios con una palabra", "déjame ser otra cosa que no sea un cuerpo", “elegimos la manzana y eso jamás lo perdonarán”, “Yo no camelo perfumes de Nina Ricci, soy más de libros de Silvia Federici”, son algunas de las frases de sus canciones y sus poemas lo atestiguan.

"Hacía entender a los hombres el feminismo, pero al mismo tiempo se mostraba muy crítica acerca de cómo el movimiento se articulaba políticamente”, indica Sayalonga. “Y se hizo respetar en un mundo tan masculinizado como el de la música urbana”.¿Hasta dónde habría llegado Gata Cattana de no haber fallecido solo unas semanas después de ofrecer un concierto en la sala Sol de Madrid, del que muchos dicen que pareció certificar el nacimiento de una estrella? Imposible saberlo. Sí hay evidencias, en cualquier caso, de que la sombra proyectada por su figura es cada vez más alargada.

Su influencia es clara en raperas como Tribade -”lo que hizo Ana fue el curro de abrir la senda, y en parte gracias a ella hemos tenido ya un camino por dónde ir”, afirma una de sus componentes en ‘Eterna’-, Las Ninyas del Corro y Queralt Lahoz, y sus seguidores se han convertido en el tipo de milicia que ella invocó en uno de los versos de ‘Desértico’, el último tema de ‘Banzai’: “10.000 oyentes bien usados son un ejército”.

Según Sayalonga, “sus versos y su música llenan los hilos de Twitter y las ‘stories’ de Instagram cada vez que se celebra un Día de Andalucía o un 8-M, su rostro y sus palabras decoran muros de pueblos y ciudades. Ella no hacía música pensando en su tiempo o en adaptarse a las tendencias para triunfar. Tenía el objetivo de dejar algo, trascender su propia muerte y perdurar. Y lo logró”.