La Orquesta de Córdoba ofrece este jueves en el Gran Teatro, a partir de las 20.30, el concierto séptimo de abono Bach en familia, con la batuta invitada de la joven directora alemana y especialista en música barroca Johanna Soller.

El señor Arroyo, músico de profesión, siempre consideró que el amor a la música le venía de familia. Por lo menos, de doscientos años atrás. Del tatarabuelo Vito, panadero, se decía que tañía la cítara con la misma fuerza que molía el grano. Un bisabuelo, Juan, era conocido por los lugareños como el juglar, prueba de su relación cercana con el arte de los sonidos. El tío Juan Cristóbal, primo de su padre, ejerció como músico profesional y alcanzó un modesto reconocimiento en vida. Y así hasta cincuenta integrantes de su extensa familia, incluida la propia progenie, que de una u otra manera quedaron atrapados en las redes ondulantes de la musa Euterpe.

El señor Arroyo creció en un ambiente piadoso rodeado de música. Recibió instrucción de su padre y, cuando faltó, también de su hermano mayor, otro Juan Cristóbal, organista de la iglesia de San Miguel, de quien aprendió a tocar el instrumento. Compositor, organista virtuoso, maestro de capilla. La vida del señor Arroyo fue un ir y venir errabundo de puestos y ocupaciones para diferentes señores, municipios o cabildos hasta recalar en una importante capital de provincias donde se hizo responsable de los cuerpos musicales. Ni el cuerpo, treintaiocho años, ni la prole invitaban ya a seguir saltando de ciudad en ciudad. En primeras nupcias, de los siete alumbramientos, cuatro hijos llegaron a la edad adulta, y dos de esos cuatro se dedicaron a la música: Guillermo y Carlos. De los trece nacimientos que le procuró Ana Magdalena, su segunda mujer, seis hijos prosperaron. Dos se dedicaron a la música: Juan Cristóbal y Juan Cristian. Estos hijos músicos encontraron en su padre el más grande y a la vez más exigente de los maestros posibles. «Viejo peluca», bromeaba Cristian despectivamente. Guillermo llevó la vida más errática. Carlos y Cristóbal llegaron a importantes puestos en la corte. Carlos, a su vez, fue un teórico e intérprete de teclado importante. Cristian triunfó internacionalmente, ganándose la admiración de un niño prodigio que asombraba a Europa.

Familia y música eran indisociables para el señor Arroyo. Llegado a la cincuentena, inició un estudio de la genealogía familiar. No llegaría a completarla. De él dijo un músico posterior, afincado en Viena, apodado como el Español por su tez oscura, su pelo negro y sus malos modales, que su nombre no debería ser arroyo sino océano por la riqueza de sus combinaciones y armonías. También por su amplitud artística, alimentada por tantos meandros y afluentes precedentes. Por cierto que arroyo, en alemán, se escribe bach.