No se la pierdan, aunque sea en versión doblada (todo un sacrilegio), pues estamos ante una de las mejores películas (por no decir la mejor) de la temporada. Ryûsuke Hamaguchi es un cineasta y amante del séptimo arte (no todos los son, aunque parezca paradójico) que tiene como referente al gran Cassavetes, entre otros.

Hace unos meses tuvimos que salir de Córdoba a localidades limítrofes para poder disfrutar de su excelente La ruleta de la fortuna y la fantasía (2021); sin embargo, ahora sí que nos llega Drive my car, la cinta galardonada ya con el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa y que representará a su país (Japón) en la próxima gala de los Oscar, donde ha sido nominada a la mejor película internacional (aunque puede que lo tenga difícil con Fue la mano de Dios de Sorrentino, otro estreno que pasó de largo sin recalar en nuestra ciudad), además de mejor guion adaptado (no olvidemos que está basada en la literatura de Haruki Murakami), mejor dirección y película.

El filme es de larga duración (tres horas), aunque desde su prólogo nos atrapa y no deja de interesar hasta que concluye, invitándonos a la reflexión más allá de los últimos títulos de crédito. Añoro este cine a menudo, en estos tiempos de frivolidades y vacío audiovisual muy bien empaquetado. En la presentación nos encontramos con una pareja de creadores: él, actor (representa Esperando a Godot) y director teatral; ella, guionista de televisión. Ambos atraviesan una crisis después de haber perdido a su pequeña, conviviendo con un mar de fondo, aunque el amor sigue ahí presente. Ella inventa y verbaliza historias mientras hace el amor. De pronto, un suceso trastocará todo. Invitado por un teatro de Hiroshima para montar Tío Vania, emprenderá viaje en su querido coche rojo (Saab, para más datos), aunque a su llegada le espera una joven conductora con la que pasará mucho tiempo intercambiando silencios, diálogos y confesiones que les unirán para siempre, mientras escuchan el casete con los parlamentos escritos por Chéjov.