A priori, el próximo concierto de la Orquesta de Córdoba, previsto para este jueves a las 20.30 horas en el Gran Teatro, no puede presentarse más ecléctico. Una sinfonía de Schubert, clasicismo vienés teñido de sutil romanticismo, y una rareza, la Primera Sinfonía de Kalinnikov, compositor ruso de finales de siglo XIX que transitó musicalmente por una senda intermedia entre el cosmopolitanismo chaikovskiano y el localismo borodiniano. Y sin embargo, a pesar de la disparidad de mundos sonoros que se plantean para la velada, encontramos un elemento común que subyace a ambos autores e invita a considerarla, no sabemos si de manera premeditada, como un homenaje a las vidas truncadas. Vidas truncadas a mitad de su periplo, truncadas por la fatalidad. Por la enfermedad. Por la infección.

La sífilis contraída en 1825 marcó de muerte la vida y la obra del joven Franz Schubert. El doble pesar del origen bochornoso de la infección y los episodios postrantes de la enfermedad, como presagios de un fin inminente, hizo abrir los ojos al compositor a un mundo de negrura y desesperación que supo "poner en notas" gracias a sus tremendas capacidades musicales. Aún pudo ser testigo de las últimas proezas de su héroe, Beethoven, al que seguiría a la tumba al poco de morir, y de componer obras enigmáticas y monumentales.

Nada de eso se presiente en esta Tercera Sinfonía, una obra de 1815 compuesta a los dieciocho años, afirmativa, clásica, equilibrada en sus formas, que, de vez en cuando, deja entrever a través de algún acorde, alguna modulación, un atisbo de un dolor íntimo y personal. Una sinfonía que es un episodio triunfante en el proceso de un muchacho por adquirir voz propia y que, consciente de sus dones, se las promete muy feliz ante lo que, en justicia, debía depararle la vida.

La tuberculosis, vieja compañera de la humanidad desde sus orígenes, disfrutó a lo largo del siglo XIX de un periodo de lunático esplendor. El mundo se estrechaba gracias a la revolución del vapor, el hacinamiento urbano y los nuevos medios de transporte.

Al joven Vassili debió caerle como un mazazo saberse infectado y tener que abandonar una prometedora carrera musical en Moscú, con aval del mismísimo Chaikovski, para instalarse en la atmósfera favorable de Yalta. Sol, aire puro, reposo. En ese clima benigno compuso sus obras mayores, incluida esta Primera Sinfonía, ajena a toda desesperanza y en cuyo Andante nos regala una maravillosa vista nocturna del Mar Negro.

Vidas truncadas por la enfermedad y la infección. Hoy. Siempre.