A comienzos del verano japonés asistimos a la mudanza de una joven pareja, Muneaki y Asahi, que han decidido trasladarse de la ciudad al campo. Este cambio afectará principalmente a Asahi, que decide dejar su puesto de trabajo temporal, parcial, mal remunerado y con pocas perspectivas de ascenso para dedicarse a su hogar. Asahi determina salirse de forma voluntaria de un sistema laboral que no le parece justo y elige disfrutar del rol de ama de casa. Con el paso de los días comienza a tomar conciencia de que su identidad va a desdibujarse. Lo que al principio imagina como unas merecidas vacaciones permanentes se convierte en un tedioso vacío que se estira desde el desayuno hasta la cena, momento en que vuelve a reencontrarse con su marido que regresa a casa después de una densa jornada laboral, dispuesto a prestar más atención al móvil que a la conversación que pueda establecerse entre ambos. Para no incrementar el gasto, Asa deja de usar el ordenador, el aire acondicionado o la televisión, por lo que su actividad se va reduciendo de forma gradual al tiempo que su personalidad se camufla entre el ensordecedor canto de las cigarras en julio.

Hiroko Oyamada (Hiroshima, 1983) fue galardonada con el Premio Oda Sakunosuke en 2013 con una colección de relatos llamada Kojo. Ese mismo año recibe el Premio Akutagawa con la obra que nos ocupa, en la que la protagonista, en su voluntad de cumplir con un recado de su suegra, se acerca al río y, de forma inesperada, cae en un agujero al perseguir a un animal que no reconoce y que se asemeja a una comadreja o mapache chino. Paradójicamente, la oquedad se ajusta a su cuerpo y solo logra salir gracias a la ayuda de Sera. La novela está estructurada en tres apartados y, en los dos últimos, Oyamada aborda dos temas inherentes a la concepción tradicional y cultural de Japón con respecto a la figura de la esposa, que se encarga de manera esencial y prioritaria de la cocina y la maternidad. De nuevo, una pareja, Saiki y Yoko, se traslada de la ciudad al campo buscando el mejor ambiente para concebir hijos.

En una sociedad estrictamente jerarquizada como la japonesa, el rol femenino viene determinado por una larga y difícilmente quebrantable tradición cultural. A pesar de que, desde los años noventa, la crisis de la burbuja inmobiliaria y la necesidad de mayor mano de obra parece haber puesto en escena la inclusión de la mujer al mercado laboral, aún persiste una profunda asimilación de sus costumbres, que permanecen inalteradas de generación en generación: las mujeres asumen el papel doméstico y, en los casos en que se accede a un trabajo, no suele considerarse la equidad en el trato, remuneración o posibilidades de ascenso.

Habiendo desempeñado la misma autora todo tipo de trabajos durante cinco años, la mayoría de ellos mecánicos y repetitivos, como el abuelo del relato, que, alienado por el trabajo realizado en el pasado, no puede dejar de regar las plantas todos los días, en Agujero, Hiroko Oyamada vuelve a dar forma a sus preocupaciones, en forma de fantasía, así como a sus experiencias personales proyectando una sutil pero clara denuncia de la latente e injusta desigualdad de géneros en el contexto laboral y social del sistema japonés. El lector reconocerá algunas peculiaridades de la cultura oriental como el sentido cíclico del tiempo marcado por las señales de la naturaleza según las estaciones: las cigarras, las comadrejas, la nieve o las flores de los almendros, el Ying y el Yang, las festividades como Obon de reencuentro con los seres que fallecieron según la tradición budista o la importancia de la comida entendida no sólo como alimento, sino también como medio de comunicación y comunión social con los demás. En ellas, el ingrediente esencial es el arroz como seña de identidad de una cultura, base de su alimentación y espiritualidad.