Con la salida de El óxido del cielo, el escritor cordobés Alejandro López Andrada ve culminada la reedición de su trilogía sobre el mundo rural, que comenzó con El viento derruido, a la que siguió Los años de la niebla. Las tres obras aparecieron de forma consecutiva durante la década pasada, pero se hallaban descatalogadas y solo encontrables en el mercado de segunda mano. La editorial Almuzara las ha recuperado en un momento en el que el tema de la España rural vuelve a ser centro de reflexión.

Acaba de ver la luz la reedición de la novela que cierra su trilogía sobre el mundo rural. ¿Qué novedades ofrece respecto a la primera versión?

He eliminado algunas páginas, pero también he añadido otras al comienzo y al final. El editor se dio cuenta de la importancia de la minería en el libro, que es circular, empieza cuando de Villanueva del Duque y de otras localidades se van los mineros de las minas de las Morras y comienza la emigración, y se cierra en el pueblo de Chillón, en Ciudad Real, cerca de Almadén, donde también se cierran sus minas.

En la primera de estas obras se centra en la naturaleza y la lucha del hombre con el medio ambiente y en la segunda se habla de emociones y sentimientos. ¿Cuál es el eje de ‘El oxido del cielo’?

El comienzo del éxodo, de la emigración de las gentes de los pueblos a las ciudades como Barcelona o Madrid. De hecho, uno de los protagonistas es un joven que deja la zona en el año 1963 para instalarse en Cataluña, donde se hace un gran empresario. Es un símbolo de ese éxodo. Y también centran la novela los antiguos herradores, de ahí la metáfora del óxido del cielo para hablar de un mundo que se cierra con la emigración.

En todas ellas reivindica el mundo rural, pero todo ha cambiado mucho desde que empezó a escribir sobre este tema. ¿Cree que hay más empatía ahora hacia estas zonas olvidadas?

Hace 40 años yo ya hablaba del éxodo rural y de la desaparición de esa cultura. Pero ahora se ha puesto de moda esto de la España vaciada, aunque no me gusta ese término, es más bien la España olvidada, desdeñada, que ahora, de pronto, parece que se está redescubriendo y se le está tomando un especial afecto y cariño. La gente se está dando cuenta de que hay que volver a la naturaleza, a la madre Tierra, y se han revalorizado estas zonas rurales. Pero conseguir volver a la cultura autóctona rural es imposible, ese mundo ya murió. Hoy en los pueblos no se vive como lo hacía yo, cuando me iba al campo a buscar lagartos y nidos o a cazar ranas en el arroyo.

Pero su trilogía nos refresca la memoria.

La verdad es que estos libros son documentos gráficos de aquella vida, de la que yo hago un poco de notario. Pero, a la vez, le debo mucho al periodismo que ejercí en aquellas entrevistas que hice hace 30 años para Diario CÓRDOBA a los habitantes de algunos pueblos. Eso me ha ayudado mucho a la hora de insertar el género de la entrevista en estos libros, donde hablo con segadores, mineros, hortelanos, herradores, personajes de aquel mundo y que son los protagonistas de estas obras. Escribo para darle voz a esas personas y para que quien entre en estas novelas pueda conocer ese mundo que desapareció y está testificado.

Aunque parezca contradictorio, ¿cree que las nuevas tecnologías, el teletrabajo que se ha instaurado en nuestras vidas con esta pandemia, pueden acercar a la gente a estas zonas olvidadas?

Creo que sí. Ahora se puede trabajar desde cualquier pueblo y eso puede ayudar a que algunos vuelvan a reconectar con los pueblos, vivir al aire libre.

En estos libros compagina la novela, el ensayo, el libro de viajes, las memorias y la poesía. Parece sentirse a gusto en ese mestizaje de géneros literarios.

Sí, incluso en El oxido del cielo, además de un lenguaje poético y metafórico, introduzco poemas inéditos míos.

Con estos volúmenes quería dar vida a la gente sencilla. ¿Qué ha aprendido en este proceso?

Lo he aprendido todo. El escritor que soy se lo debo a las fuentes que bebí de estos personajes. Y por eso reivindico ese mundo y su cultura. Tengo la técnica para escribir, pero la materia prima me la dieron ellos.

¿Qué tiene Los Pedroches para ser esa fuente inagotable de inspiración?

Un paisaje bellísimo, una dehesa magnífica y también un cielo puro por la noche en el que se pueden contemplar las constelaciones como en ningún sitio. Además de su gastronomía y su cultura. Tiene algo especial.

¿Con qué esta ahora?

He vuelto a la poesía. La pandemia me ha hecho reflexionar sobre el paso del tiempo, los seres queridos, los que se han ido, sobre el dolor que me rodeaba. Me ha hecho ser más empático con los que sufren. Nunca había escrito tanta poesía como ahora. También tengo una novela que me gustaría que saliera antes de final del año.