La Orquesta de Córdoba invita, en su nuevo concierto de temporada, a José María Moreno Valiente, titular de la Orquesta Filarmónica de Málaga, para un programa con músicas de Schubert y Mendelssohn que sólo se dará el jueves 3 junio, a las 20.30 horas, en el Gran Teatro. Lo exótico. La atracción del ser humano por lo nuevo, por lo desconocido, viene de tan antiguo que convendría considerarlo un rasgo definitorio de lo humano mismo. Siempre ha existido una fascinación por lo extraño, por lo que es inusual, aquello que nos confronta y nos interpela sobre el hábito de tomar nuestro mundo conocido, el que contemplamos todos los días, como unidad de medida. Lo otro, el accidente, nos descentra.

Antes de Internet, nada como el viaje para tomar contacto con lo exótico. Pero pocos se podían permitir estas aventuras del conocimiento. En su defecto, los libros y las imágenes fueron los sustitutos y los medios para que fueran las mentes, y no los cuerpos, los que viajaran al encuentro de lo desconocido. En esos viajes sin desplazamiento, el Libro de las Maravillas de Marco Polo inaugura en la cultura occidental la tradición de fusionar la realidad con los productos de la imaginación.

En música, el barroco fue pródigo en esas fantasías híbridas, como aquellas Indias Galantes inventadas por Rameau. Más tarde, Mozart no tuvo que viajar a Turquía ni a España para crear su Rapto o el Don Giovanni. Beethoven no estuvo en Atenas, y Cyrano no fue a la luna, aunque escribió sobre un viaje a la misma.

Franz Schubert nunca estuvo en Chipre. De hecho, nunca salió de los alrededores de Viena. Sin embargo, no tuvo reparos en arropar musicalmente el drama escénico Rosamunda, princesa de Chipre con los ropajes de la música vienesa del momento, en su caso formalmente clásica pero de aliento romántico. Entonces se podía. Por cierto que el estreno fue un fracaso y esa maravillosa música se fue medio siglo al limbo.

El ejemplo del viaje de Goethe a Italia para conocer el clasicismo in situ —¿culmen del espíritu ilustrado?— y los avances de los medios de transporte alumbraron, a principios del XIX, una nueva época de rigor cientifista que desterró, por inaceptable, cualquier trabajo de la imaginación. La Sinfonía Escocesa de Mendelssohn, por ejemplo, no es una fantasía. Tampoco es una recopilación de música popular. Pero sí es la plasmación en música de la impresión que dejó en su sensibilidad la realidad del paisaje de las Highlands durante su visita real a Escocia. El músico aquí actúa como fotógrafo de las emociones provocadas por el contacto directo con la realidad: la era de la subjetividad, la revolución industrial y el naturalismo nacía.