Diario Córdoba

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ENSAYO

El mundo posible de Emilio Lledó

Taurus edita ‘Identidad y amistad’, del filósofo sevillano Emilio Lledó

Emilio Lledó. CÓRDOBA

Con 94 años y una agudeza absoluta tengo el honor no solo de haber podido hablar en varias ocasiones con Emilio Lledó y conocerlo más profundamente, sino también entregarle en nombre de la Asociación Internacional Humanismo Solidario el segundo Premio Erasmo de Rotterdam a su trayectoria como excelso humanista contemporáneo. Emilio Lledó es uno de nuestros grandes y conspicuos intelectuales que puede abrir el pensamiento en una época de insolidaridad, populismos y sálvese el que pueda. Su última obra nos ayuda a comprendernos como seres humanos y también el valor de la solidaridad y la asunción de lo identitario o el discurso de lo personal. Pero si existe algo determinante y fundamental siempre en el discurso de Lledó es la trascendencia de la educación, la cultura y el descubrimiento de las palabras como una forma de completarnos en esa colectividad que nos hace más humanos. El descubrimiento del lenguaje, el logos, la palabra que determina una forma de estar y de ser. 

En la primera parte nos habla de la amistad griega y parte de la idea de que el germen de la destrucción de la humanidad está en la corrupción mental y la falta de auténtico compromiso social o político. Conecta con La genealogía de la moral de Nietzsche y «la necesidad de poner alguna vez en entredicho el valor mismo de esos valores». La reflexión en torno a la ética (la guarida, el sitio donde cobijarse) determina un modo de estar y ser en el mundo pues esta determina y ciñe al ser, ya que en ese cobijo encontramos palabras como bien, justicia, verdad, concordia, amistad e identidad.

Lledó profundiza en ese espacio ideal y siguiendo a Platón dirá: «Cada uno va haciéndose de otros para satisfacer la necesidad de cada uno». Y ese espacio lo concierta la paideía, la educación, que satisface el aprendizaje de la racionalidad y de la sensibilidad hacia la ordenación de un humanismo de carácter universalizador, ajeno a las actitudes dogmáticas. Nos habla de que el espacio colectivo necesita el equilibrio de la justicia para compensar el innato egoísmo y la necesidad de la «confabulación de relaciones» que satisfaga una existencia humanizada. La Ética Nicomaquea de Aristóteles es un gran mecanismo de engarce en este sentido y la respuesta a preguntas como «¿Aman los hombres lo bueno o lo que es bueno para ellos?». Y desde luego parte también de conceptos que concuerdan el ideal griego de la alétheia, lo verdadero frente a la mentira, siendo la verdad «un camino, una actividad de progreso», y la bondad «el camino interior» que nos permite ser que somos. 

"Un libro rico, generoso, clarividente que puede ayudarnos a caminar con acierto"

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La ética de la singularidad presente en cada ser humano nos permite alumbrar el territorio del Bien, del no dañar y esto implica, dice, una forma de alegría de estar del ser. Conceptos como el asombro, la ‘paideía’ como búsqueda de libertad interior, del Bien, la ‘humanitas’ y el marco de encuentros con la justicia, la dignidad, la doctrina, la piedad, la moderación, la magnanimidad... Determinan ese camino que conjuga el yo y el todos en esa ordenación de lo que muchos hemos escrito como humanismo solidario. La complicación de conciliar los intereses del individuo con los de la ciudad y las condiciones del bien en esa presencia de la subjetividad. En última instancia, «en la organización de la sociedad tiene que haber una conciencia ética aprendida ya desde la inmensa y múltiple pedagogía de la vida que libere a cada ser individual del exclusivo sentimiento de pertenencia a una patria, a un clan o a una oligarquía». No estamos en el mundo, dirá, sino que somos en el mundo. Todo ello conduce a disquisiciones en torno al alter ego y el amor propio, la alteridad, la «otreidad» y el conocimiento de sí mismo y el lenguaje de los afectos, la reciprocidad...: «El deseo hacia una soñada eternidad humanizada y posible, en la solidaridad, en el amor, en el lenguaje, en el arte...».

Y en la segunda parte mira sobre la propia persona en «Identidad y Polis». Siendo aquella «un fenómeno de consciencia, de saber, de sentir, entender e interpretar». Porque saberse en el mundo es sentir y pensar, pensar también las palabras y sus significados, liberarlas de su fanatización, porque el mal uso de estas nos lleva a «un mal uso de la vida, a un mal uso de la convivencia y a pervertir las relaciones humanas». De ahí ese diálogo permanente del yo y los otros a través del proceso de iluminación al que nos conduce el ser en el saber. Y reitera una y otra vez que «solo la bondad, el sentido de la solidaridad que emite el hombre de bien, es capaz de producir, de fomentar y cultivar la vida humana». Surge el tema de los nacionalismos, «el prejuicio de la alteridad y de la superioridad», los prejuicios ontológicos y las barreras y lo refugios tribales, creándose el discurso de la enemistad, en realidad, una construcción cultural, aprovechándose de la «ignorancia de la gente para endulzar el agrio sabor de la sumisión». En el capítulo de cierre, «La patria de la democracia», elabora diecisiete tesis que ayudan a levantar una verdadera democracia. Un libro rico, generoso, clarividente que puede ayudarnos a caminar con acierto por un mundo profundamente insolidario e injusto.

‘Identidad y amistad’.

Autor: Emilio Lledó.

Editorial: Taurus. Barcelona, 2022.

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