Nacido en Valencia (1947), Rafael Soler reside en Madrid, donde ha trabajado como profesor titular en la Universidad Politécnica. De intensa producción literaria, recibida como una de las más interesantes de la nueva literatura española, y que inició con las publicaciones de sus novelas ‘El grito’ (1979, premio Ámbito Literario) y ‘El corazón del lobo’ (1981, premio Cáceres), a las que siguieron ‘El sueño de Torba’ (1983) y ‘Barranco’ (1985) en Ediciones Cátedra, así como ‘El último gin-tonic’ (2018) y ‘Necesito una isla grande’ (2019), en Contrabando. Autor de dos libros de relatos premiados, ‘Cuentos de ahora mismo’ (1980) y ‘El mirador’ (1981), y de cinco libros de poesía: ‘Los sitios interiores’ (1979), ‘Maneras de volver’ (2009), ‘Las cartas que debía’ (2011), ‘Ácido almíbar’ (2014, Premio de la Crítica Literaria Valenciana) y ‘No eres nadie hasta que te disparan’ (2016), así como las antologías ‘La vida en un puño’ (2011), ‘Pie de página’ (2012), ‘Leer después de quemar’ (2018) y una antología reciente, bajo el título de ‘Vivir es un asunto personal’ (2021). A toda esta poesía hay que añadir los poemas escritos en distintas revistas desde 1978. Rafael Soler es un escritor original y singular con una voz potente y distinta, se podría decir que tiene un acento propio que seduce.

¿’Las razones del hombre delgado’ es un libro de poemas trascendente y existencialista?

Si convenimos, por no haber otra, que siempre vivir nos costará la vida, y ya puestos aceptamos que nos espera más pronto que tarde un definitivo estado horizontal y menguante, cualquier libro que aborde estos asuntos tendrá un hondo calado existencialista, y bien está que así sea. Transitamos con mucho descuido por este accidente transitorio que llamamos vida, y que transcurre entre la falta de respeto que supone ser nacidos sin consulta previa, para ser luego tramitados sin consideración alguna y cuando menos te lo esperas. Y abordar el «día después», si así podemos llamarlo, tiene su miga. ¿Trascendente? Yo diría que el hombre delgado que transita por las páginas de este libro no puede permitírselo, ocupado como está en acomodarse a su nuevo estado definitivo y sin futuro.

¿Eres consciente de que este poemario marca un antes y un después en tu poesía?

«Dicho lo tuyo, ¿para qué seguir? O te repites o te alambicas», dicen que decía Gil Albert. Y para decir lo suyo, cada poeta se lanza de vez en cuando al ruedo con un libro nuevo, que debería ser mejor y distinto al anterior. Empeño difícil, que bien pudiera parecer ingenuo pues todo está ya dicho y mejor dicho. En mi caso, cierto es que este hombre delgado, poeta de bien por más señas a dos metros bajo tierra, recoge y completa los testimonios vitales de mis cinco libros anteriores.

Los poemas recorren un itinerario interior y el enigma de la vida y la muerte.

Vivir es un asunto personal, y tiene cada cual su itinerario, sus tropiezos, sus momentos con luz y sus afanes. En el libro se cruzan y conversan tres voces: el hombre delgado que ya cruzó la raya, su esposa, que cuida su recuerdo mientras envejece, y la Parca, que cuida sus harapos, atareada anfitriona empeñada en hacer liviano el desagradable trance de hacerte afecto a las tinieblas, y además adelgazando sin pausa.

En cuanto a la muerte me asombra esa cercanía y diríamos compañerismo, aunque a veces aparece, sino el rechazo, la diferencia entre vida y muerte: «No es lo mismo… habitar el cuerpo que te dieron / a ser habitado por las sombras».

Olvidamos, con peligrosa frecuencia, que estamos de paso. Y ese verso que citas recoge las dos caras de nuestro común destino: disfrutar de cuanto el día ofrece, aceptando la inevitable llegada de las sombras, que llegarán, porque la Parca, puta sabia, es muy paciente. Yo la invoco irónica, cercana, un pelín entrometida y con el afán de atender satisfactoriamente a su numerosa clientela. Puestos a morir, que nos haga el tránsito leve.

Sin embargo «cantas» la alegría de la vida a pesar de los obstáculos: «Pido ahora … el altavoz/ para decir que la vida fue un milagro».

La bida, que no es otra cosa que la vida bien bebida, es siempre un milagro que nos celebra desde la cuna al nicho. Y cuando el poeta canta a la vida y su belleza, a sus desmanes y giros inesperados, es mejor poeta.

Me asombra cómo puedes hacer que coexista en el libro mucho de metafísico con la cercanía semántica reglada: «Aspire el vaso/ sonría a los ausentes/ manifieste su último deseo».

Los poemas de este libro están escritos al dictado de otro, y recogidos también con asombro y con mucho respeto. Cuando los leo ahora me reconozco en ellos, faltaría más, pero siempre con una sensación de privilegiado intruso. Y la metafísica, aunque no lo parezca, es una intrusa, nada de metaliteratura. Yo estoy metido en la vida hasta el último pelo.

Los temas que más destacan son la melancolía, el desaliento, la soledad, la extrañeza de la pérdida, y a la vez la aceptación de la misma, el malestar de vivir, pero sobre todo una visión originalísima de la muerte, y todo ello sin muchos conceptualismos: «dejó el vodka/ al saber que nos dejabas».

«Perder es la manera de adquirir en soledad una certeza», tengo dicho en un poema de mi libro ‘Ácido almíbar’. Y de eso va todo: vivir, equivocarte, acompañar sin daño al otro, recoger lo que no esperas... Cuando das por cumplido el viaje, como le ocurre a este hombre delgado delgadísimo, es inevitable hacer balance, cuadrar cuentas. Y las cuentas, ¡ay!, no cuadran casi nunca.

Es un libro que aunque la muerte sobrevuela por todo él, nos enseña a vivir y amar la vida.

Ahí la gran derrota de la Parca, tan marisabidilla y sobrada «¡aquí mando yo, aquí mando yo, aquí mando yo!». Pues no, querida mía, mandas pero que muy poquito en esta celebración con luz que es nuestra vida, la de todos los días, con su vermú y su hipoteca. Estamos vivos, luce el sol y somos felices aunque un día moriremos. Pero hoy no.

Por otro lado, es un libro lleno de espiritualidad de lo cotidiano. En definitiva, un libro singular y que desde su cercanía la vida diaria trasciende a la cumbre de lo excelente.

En el barrio, en el barro, en lo menudo está lo grande. Basta con ver para mirar, salir al paso y detenerse, escuchar al que no habla y todo lo dice entre silencios. De eso va la poesía.

¿Por qué escribe Rafael Soler, qué es para ti la literatura?

Acudo al amparo de unos versos en mi poema «Toma buena nota y calla»: «Escribo / porque cuerdo de atar / estoy que vivo / y soy apenas lo que he sido / el otro que en silencio habla / y al que escucho cuando escucho sorprendido». Pues eso.