Félix Ángel Moreno Ruiz (Pozoblanco, 1969) cuenta ya con una sólida trayectoria literaria compuesta por tres novelas –Un revólver en la maleta (2012, Premio Solienses 2013), Estaré esperando para matarte (2016) y Acuérdate de Paula porque vas a morir (2017)–, dos libros de cuentos –Misterio en Los Pedroches. Diez casos de la inspectora Julia (2014) y Terror en Los Pedroches (2019)– y una obra de teatro –Pañuelos bajo la lluvia (2013)–. Ahora publica una colección de microrrelatos, Cuentos bastardos, elaborada con esmero por la editorial La Fuente Vieja, de Villanueva de Córdoba. Esperemos que se distribuya bien y no se quede anclada en Los Pedroches, porque el libro es una maravilla artesanal, está bien escrito y se lee del tirón. Dotado de numerosas ilustraciones, a las que se adapta el texto, consta de 55 microrrelatos generalmente de una página, aunque algunos tienen dos o tres y solo uno de ellos reúne cuatro. Félix Ángel Moreno –tan solo hay que leer sus títulos para verlo– es un autor negro, muy negro, y sus Cuentos bastardos se mueven en esta línea. En su favor hay que resaltar que maneja muy bien las tramas, está habituado a los personajes y marca certeramente los tiempos de la narración. Son unos cuentos bien resueltos en los que el más mínimo detalle puede trastocar la historia y los lances del destino resultan imprevisibles. Y es que, como se indica en la contraportada, la vida «es azarosa y poliédrica: ofrece mil caras y aristas. Cuando creemos que lo tenemos todo atado y bien atado, que no queda ningún cabo suelto, surge algún imprevisto y…». Y cambia todo. Porque de eso se trata. De no dar nada por hecho. De rizar el rizo. De forzar la trama. De llevarla al límite. Y Félix Ángel en eso es un especialista. Sus personajes, a los que describe con cuatro brochazos –«Tocó el cielo con la punta de los dedos y se creyó el rey del mambo», «Siempre había sido un lapa, un vampiro, un parásito miserable»– son lo más granado de la sociedad: asesinos, atracadores, ladrones, drogadictos, corruptos, dictadores o algún que otro periodista endiosado que monta la guerra por su cuenta, en el sentido más literal del término, y están por encima del bien y del mal. Son unos personajes que pasan de la nada a la gloria más absoluta, o viceversa, en un abrir y cerrar de ojos, en los que prima más la suerte que el talento, que juegan con la vida de los demás para diversión o provecho propio. En este sentido, Cuentos bastardos nos ofrece una realidad bufa, esperpéntica, de seres marginales y sin escrúpulos que en la gran mayoría de las ocasiones sufren los efectos de su propia perversión, muriendo a consecuencia del mal que ellos han aplicado a otros para sobrevivir.

El libro empieza con un cuento genial que anticipa perfectamente lo que nos vamos a encontrar más adelante: «Con matarratas». Y esta es su primera frase: «Era una familia de asesinos en serie». Con ese inicio, como comprenderán, puede suceder cualquier cosa. Imagínense. En «Un plan perfecto», el cuento más largo, un meticuloso francotirador concluye felizmente su trabajo sin percatarse de que los mismos que le han contratado para matar al presidente han elaborado un plan más ambicioso para deshacerse de él. No importa que lo cuente. Lo bueno es cómo lo describe el autor, la ejecución de la trama. Su estilo duro, directo y creíble. Otros cuentos destacados son «Siempre», «Cosas de la memoria», «Premio Pulitzer», «La crónica de su muerte», «Una situación un tanto embarazosa», «¡Ten coraje! ¡Huevón!», «Murió desangrado» o «Sus últimas palabras…» por citar algunos, aunque el tono general es muy bueno.

Pura dinamita, como diría su autor. Pertréchense para la lectura, no les vaya a desarbolar la acción, que los personajes son de cuidado.

‘Cuentos bastardos’.