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POESÍA

Dorado y divino deseo

Dorado y divino deseo

‘El oro de un rayo donde cabe el universo’. Autor: Antonio Ángel Agudelo. Editorial: Elvo. Málaga, 2019.

Adentrarse en la obra poética de Agudelo es lanzarse por el trepidante tobogán del amor, la felicidad, la belleza y la muerte en el éxtasis final de la consumación del deseo y el olvido. De su prosa poética o versos en prosa emanan multitud de imágenes luminosas que desfilan por las sendas apasionadas de la emoción para encontrarse en el luminoso espejo del amanecer, en el misterio del crepúsculo y su dolor sordo de ausencias y despedidas. «Viste las guerras del amor, el choque fugitivo de tu cuerpo con el otro, el extranjero, los labios apretados en la lucha, sus dientes fuertes contra tu blanca calavera. Y muerto de amor, en sus labios bebiste la vida. Tras el amor viene la tristeza, y ahora yacemos, sobre la cama deshecha del crepúsculo» (pág. 21).

Antonio Ángel Agudelo (Villaviciosa, 1968) es poeta, antólogo y ensayista. Ha escrito El sueño de Ibiza (2008), la antología Paisajes Corchúos (2009), Madreagua (2012), La central térmica. Haikús (2012) y El mundo líquido (2014).

Sus últimos poemarios dan fe de su madurez personal y lírica: El cielo ajedrez (2016, Editorial El sastre de Apollinaire), El atleta del abismo (2018, Editorial Catorcebis) y el último, objeto de esta reseña El oro de un rayo donde cabe el universo (2019, Editorial Elvo), donde su voz se alza con profundo lirismo hacia el brillo cegador del sol. El oro gotea a cada instante en el barroco sortilegio de lo sagrado y lo divino, bañando de áurea intensidad cada pulsión de sus palabras: «oro turbio», «el oro del verbo», «Bebed el oro», «oro vivo». La musicalidad y su palabra desnuda cabalgan en libertad en la inmortalidad de lo místico y la humana matriz de lo meramente trascendente. «Sabes que te busco por todas partes, ancestro umbrío;/que si hace falta subo hasta las brasas del sol de Galilea,/pero me extravío en la luz: transformado en oro tembloroso./Soy el verbo (des)nudo. Soy yo ese cadáver./Soy una sombra viva, sólo luz dentro de tus ojos» (pág. 62).

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