Perdone el lector que defina distopía antes de seguir; es una palabra que procede directamente del griego y que no está recogida en la edición vigente del DRAE. Nos llega del mundo anglosajón y significa: "mal lugar", por oposición a utopía que tiene el sentido de sociedad perfecta, aunque su sentido es "no lugar". El cineasta y escritor Fernando Cámara ha escrito una distopía con el título de Con todo el odio de nuestro corazón , publicada por Rey Lear y que ha ganado el XVI Premio García Pavón de narrativa policíaca.

Recientemente Cano Ballesta ha publicado en la editorial Cátedra un libro muy interesante sobre la reacción de los escritores de la llamada Generación del 27 ante la crisis de la República y posterior Guerra Civil. ¿Qué hacer en una situación extrema? ¿Qué actitud tomar ante el desastre absoluto de la sociedad, cuando todos los cimientos se hunden?

Las crisis provocan un desquiciamiento de las estructuras en todos los órdenes de la vida. Las crisis pasan de la calle a las artes y así se habla en crítica de "compromiso" frente al concepto de "torre de marfil". El creador, como es el caso, construye una estructura en la que la crisis toma forma estética, una forma que necesariamente es terrible y dolorosa pero muy eficaz en el rendimiento textual. La distopía es una proyección hacia el futuro, no tan lejano, o casi presente. Es claro el empobrecimiento de la sociedad española, el descenso notable de la calidad de vida y el aumento de la distancia entre las clases sociales; especialmente, la quiebra de la clase media. El narrador se sitúa en este contexto, en Madrid, donde muchos se han visto expulsados de sus hogares y han tenido que refugiarse en campamentos de tiendas de campañas y rudimentarias chabolas, cerca de la Casa de Campo.

Esta novela es un claro ejemplo de denuncia social, en la cauda del realismo social de los cincuenta. No se ha tenido que esforzar Cámara en cargar las tintas, basta que haya puesto la lente en el lugar adecuado, tras una selección cuidadosa de personajes que devienen arquetipos de la situación en la que nos encontramos todos de una u otra manera.

Un joven que vivía con su madre. Tenían unos ahorros y cayeron en la trampa de las preferentes. Todo se quedó en nada. El joven sigue escuchando la voz de su madre muerta, se lava con meticulosidad, está solo con el ordenador. Solo sabe que tiene que vengarse de ella, de la culpable. Todas las mañanas entra en la sucursal para cambiar monedas de veinte céntimos. Se llama Andrés.

Ella está asustada, no sabe qué pretende Andrés, ha revisado el expediente. Ella es la directora de la sucursal, un buen puesto, le ha costado lo suyo; entre otras cosas, abrir las piernas en el momento adecuado. Está sola y bebe mucho, mucho, claro que no piensa ni por un momento que se está alcoholizando a marchas forzadas. Toma muchas pastillas y no sabe qué hacer. El banco, dios todopoderosos, está cerrando oficinas. ¿Le tocará verse en la calle como tantos? Se llama Carmen.

Manuel es profesor, mejor dicho, lo era porque lo han despedido. Ya no tiene clase de ladrillo y paredes, ahora intenta que media docena de chiquillos no dejen de educarse en el asentamiento donde viven. Tuvieron pisos y juguetes, tuvieron un futuro y, de pronto, como un rayo que cae, están aquí, malcomidos y mal vestidos. Manuel intenta que sean felices y saluda al Sol cada mañana.

Tres personajes y una prosa muy directa y muy rápida, prosa de guionista, de acción. Los hechos son piezas de un rompecabezas que no viene en los juegos reunidos, que es de una marca nueva, la marca desesperación. Los ricos, cada vez más ricos; los demás, a joderse. Un plan, venganza, un atentado es la solución. Fue ministro, dirigió el banco y ahora debe morir. El desarrollo de la historia, muy bien articulada, es el desarrollo de las tres tragedias. Claro está que la tensión global es fundamental pero me interesa más la tensión individual, la peripecia de cada uno. No debe el crítico entrar en desvelar la historia, se convierte en reo de traición literaria. Lo cierto es que, por si fuera poco, fuerzas ocultas mueven los hilos y los tres personajes se convierten en marionetas de un designio oscuro y perverso donde nada es lo que parece. Esta trama en la que participa hasta la policía es la guinda del pastel. No hay esperanza o quizás sí. El interés está garantizado, el amargor en la boca, también.