Reportaje

El legado de El Gran Capitán

Montilla conmemora el nacimiento, hace 570 años, de Gonzalo Fernández de Córdoba, uno de los estrategas militares más relevantes de la historia

El Ayuntamiento de Montilla ultima una sala expositiva en el alhorí del castillo

Monumento dedicado a El Gran Capitán en el Paseo de Las Mercedes de Montilla.

Monumento dedicado a El Gran Capitán en el Paseo de Las Mercedes de Montilla. / JOSÉ ANTONIO AGUILAR

Juan Pablo Bellido

Juan Pablo Bellido

Montilla conmemora hoy el nacimiento de uno de sus vecinos más ilustres, Gonzalo Fernández de Córdoba. Conocido por todos como El Gran Capitán, nacía tal día como hoy, pero de hace 570 años, en el mismo lugar en el que desde el siglo XVIII se yerguen los graneros ducales, un inmenso monumento de sillería que se alza sobre las demás construcciones de la ciudad.

El insigne montillano, uno de los más grandes estrategas militares de la historia, veía la luz a mediados del siglo XV, una época que marcaría un compás vertiginoso en la historia de España y en la que emergió con una determinación que lo elevaría a la categoría de leyenda.

El polvo de los siglos apenas ha conseguido apagar el fulgor de sus proezas, y hoy, en la conmemoración del 570º aniversario de su nacimiento, muchos vecinos de Montilla se sumergen en las profundidades del pasado para entender cómo su egregio paisano forjó un legado imborrable que resplandece aún hoy.

En Montilla, su ciudad natal, Gonzalo Fernández de Córdoba creció empapándose de la grandeza del pasado y de la urgencia del presente. Los ecos de las gestas de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, quizás resonaron en su mente como una llamada a la gloria.

El espacio ofrecerá un recorrido por la «figura poliédrica» del que llegó a ser virrey de Nápoles en 1504

Desde joven, su destreza en el arte de la guerra se hizo evidente. A las justas y torneos se unieron campañas militares que moldearon su carácter y su entendimiento de las tácticas bélicas. Pero más allá de la fortaleza y agilidad de sus brazos, fue la agudeza de su mente la que lo distinguió. Porque El Gran Capitán no solo combatía: también pensaba y planificaba, trazando estrategias que desafiaban las convenciones de su tiempo.

El Gran Capitán, imaginado por la pintora María José Ruiz.

El Gran Capitán, imaginado por la pintora María José Ruiz. / JOSÉ ANTONIO AGUILAR

Fue en las campañas italianas donde el militar montillano, que llegó a ser virrey de Nápoles, comenzó a forjar su leyenda. La Italia renacentista, cuna del arte y la cultura, también fue el campo de batalla en el que este hijo predilecto de Montilla demostró que la astucia y la disciplina podían superar el poderío numérico y la fuerza bruta. Sus tácticas innovadoras, como la infantería ligera y la disposición en tercios, dejaron perplejos a sus enemigos y aseguraron victorias que resonarían en la historia.

No obstante, el legado de El Gran Capitán trasciende las tácticas militares. Su ética y humanidad en la victoria y la derrota contrastaban con la brutalidad de su época. Trató a prisioneros con respeto, promovió el intercambio cultural entre las tropas y los territorios conquistados, y defendió los derechos de los soldados frente a la codicia de los poderosos. Su ejemplo, un pilar de honor y responsabilidad, destiló un resplandor que no se marcharía con el tiempo.

Castillo de Montilla, donde nació Gonzalo Fernández de Córdoba.

Castillo de Montilla, donde nació Gonzalo Fernández de Córdoba. / JOSÉ ANTONIO AGUILAR

Hoy, casi seis siglos después de su nacimiento, el Ayuntamiento de Montilla ultima la nueva sala expositiva que dedicará a su legado. El nuevo espacio museístico, que está prácticamente concluido, ofrecerá un amplio recorrido por la «figura poliédrica» del insigne militar montillano: desde su presencia en la literatura a su participación en la toma de Granada, sin olvidar su papel como virrey de Nápoles.

El nuevo museo se ha ubicado en el alhorí del castillo, que se levanta sobre los cimientos de la antigua fortaleza que perteneció a los señores de Aguilar y que fue mandada demoler en 1508 por orden de Fernando el Católico, como castigo a la rebelde conducta del primer marqués de Priego. Un espacio que rememorará su compromiso con la excelencia táctica y su elevado concepto del honor.

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