reportaje

Oficios en vías de extinción

Artesanos, relojeros, carboneros... Muchos empleos se están viendo amenazados por las fábricas, pero aún unos pocos sobreviven

Desde personas que leían libros para los analfabetos hasta otros contratados para hacer de despertador, la historia de la humanidad está plagada de oficios que han ido desapareciendo y se han ido creando otros. La elaboración artesanal y las labores de precisión se ven amenazadas desde hace tiempo por las máquinas de producción en serie. Por suerte, aún hay personas que valoran la elaboración manual y que están dispuestas a pagar el extra que supone una artesanía profesional y con años de experiencia.

Pese a ello, hay oficios que se ven amenazados y que tienen el riesgo de caer en el olvido, ya que cada vez hay menos jóvenes que eligen dedicarse a estas labores más tradicionales. De hecho, muchas de estas profesiones no pueden estudiarse en ciclos de Formación Profesional y requieren de un maestro dispuesto a continuar su legado y enseñar a sus aprendices a preservar la vocación. La supervivencia de estos empleos está en el aire y solo el tiempo, y la valoración que tiene la ciudadanía como clientela de estos negocios, decidirán si estas artes se conservan o no.

De madera a música

«Empecé de aprendiz con 12 o 13 años y, al año, pasé de aprendiz a ayudante, lo que hoy día sería peón. De eso hace 53 años», comenta José Rodríguez, un cordobés nacido en la Sierra y con una larga trayectoria regentando Guitarrería José Rodríguez, donde crea, diseña y monta guitarras profesionales. Al preguntarle cómo va el negocio, afirma que «ahora sí va bien, con tantos años de profesión la gente ve que se me da bien lo mío», dice entre risas, y agrega que «la gente que entiende valora la diferencia. Yo no hago guitarras comunes, hago guitarras profesionales, y mi trabajo está reconocido». Tal es el reconocimiento que el artesano ha conseguido con la calidad de sus instrumentos conocer a multitud de figuras del mundo de la guitarra. «Conocí a Paco de Lucía, fuimos amigos, además de a muchos otros, como el cordobés Vicente Amigo o Alejandro Sanz», explica.

José Rodriguez, constructor de guitarras profesionales.

José Rodriguez, constructor de guitarras profesionales. / FRANCISCO GONZALEZ

El reconocido maestro artesano, no obstante, se muestra crítico con los galardones obtenidos, aunque explica que «no soy desagradecido, me gusta que se valore mi trabajo y que se me entreguen reconocimientos, pero no sirve de nada que se diga que se apoya a los artesanos y luego no se nos ayude. Esta guitarra, por ejemplo, cuesta 5.500 euros, pero tengo que pagar el 21% al venderla. Luego te pones a sumar la electricidad, tener la tienda abierta, las maderas, el agua, el alquiler y al final me quedo con 1.000 euros solo». Al repasar su trayectoria recuerda que se dio de alta «con 14 años y desde entonces no me he dado nunca de baja, en todo este tiempo no he recibido ni una sola ayuda, a excepción de la del covid, y me ayudaron porque nos obligaron a tener la tienda cerrada y a no trabajar. He solicitado ayudas, pero me han dicho que tenía que estar inscrito en la sociedad de artesanos de la Junta, que yo no sabía ni que existía, y al tiempo de que me denegasen la ayuda, con 65 años, me mandan una carta diciéndome que soy maestro artesano --comenta entre risas--, ahora que ya tendría que jubilarme soy maestro artesano. Por suerte para mí esto no es un trabajo, sino un hobby, yo voy a seguir trabajando hasta que no pueda más».

"El 99% desistirá, pero uno o dos de ellos aprenderán y serán maestros artesanos"

José Rodríguez

Rodríguez avisa a futuros profesionales de que «este oficio no se aprende en dos días. La gente cree que comprando las maderas y los diapasones prefabricados y ensamblándolos pueden ser artesanos. Los iniciados consideran que porque algo sea artesanal, debe tener un valor, pero el éxito no está en hacerlo a mano, sino en hacer un producto de calidad». En relación al relevo generacional, señala que «empiezan con el Youtube y aprenden a hacerlo, algunos han venido y me han pedido opinión, no les voy a decir que son malas guitarras, pero sí les digo que pueden regalarlas o venderlas al coste que les han supuesto los materiales. El 99% desisten porque no ven los resultados inmediatos, pero habrá uno o dos que aprendan, que dediquen tiempo y que se conviertan en maestros artesanos, porque no se van a dejar de necesitar buenas guitarras, a menos que se deje de tocar la guitarra, claro, pero eso lo veo muy lejano».

Esparterías

Por su parte, Manuela Palomo, dueña desde hace 52 años de una de las esparterías de la plaza de La Corredera, advierte de que «para ser artesano tiene que gustarte lo que haces, si lo haces por dinero, no es tu trabajo. Lo más importante es que te guste, haberlo vivido desde pequeño, verlo en tu casa...». Por desgracia, el legado de esta espartería acaba con ella. «Somos tres generaciones desde mi abuelo, que vino desde Andújar en los años 40, mi abuelo, mi padre y yo, pero no tengo hijos, así que aquí acaba la historia», explica Manuela. En relación a su trabajo considera que «no se valora, te tiras cuatro horas haciendo una cesta y te quieren dar seis u ocho euros, por eso te he dicho antes que como te guíes por el dinero, mejor dedicarse a otra cosa».

Mario Roldán, dueño de sombrerería Rusi

Mario Roldán, dueño de sombrerería Rusi / FRANCISCO GONZALEZ

En la popular sombrerería Rusi hay otro maestro artesano, Mario Roldán, que lleva fabricando sombreros desde que terminó la mili a los 21 años. «Yo empecé directamente fabricando sombreros pero antes de comenzar a hacerlos yo, había visto cómo mi padre los hacía», explica. Ahora regenta el taller artesano de sombreros más popular de Córdoba. «Se valora el trabajo artesanal y el ejemplo de ello es que sigamos funcionando a día de hoy», asegura este artesano.

"Los turistas vienen mucho, y vienen preguntando por lo hecho a mano"

Mario Roldán

Roldán explica que tiene un hijo, pero «él quiere tienda, el taller no se lo ha planteado, quizás algún día». Pese a la incertidumbre del futuro, el artesano es optimista, ya que «hay zonas en España donde hay mucho trabajo en esto, desconozco la situación de Córdoba, pero se venden sombreros». Los turistas que recorren las calles de la ciudad de Córdoba son muy beneficiosos para este negocio. «Vienen mucho y, además, vienen preguntando por lo que está hecho a mano, lo que está producido en serie no les interesa. Los sombreros que son a medida muchas veces los dejan encargados y, cuando están hechos, se les envía por correo. A Europa es más fácil, en Estados Unidos es un poco más complicado, pero también se envía», comenta.

Por contra, en Guitarrería José Rodríguez, los turistas no aportan ese extra de ventas. «Tuve que poner este cartel y esta puertecita (comenta José señalando un letrero de Fotos no y un trozo de madera a modo de puerta corredera) porque si no, entraban en la tienda y se metían hasta dentro del taller a hacer fotos. Yo no le niego las fotos a nadie, pero no puedo estar todos los días. De vez en cuando vienen guías turísticos a preguntarme si pueden llevar a gente para que les explique un poco, y, según como me pille, les digo que sí, pero ya son 40 o 50 minutos de mi tiempo explicándoles», explica. Al preguntar si recibe algún encargo de los turistas, asevera que «hasta ahora nunca, esta no es una tienda a la que puedas venir con el dinero por delante y llevarte algo, las guitarras se hacen por encargo. A lo mejor podrían encargarla y volver en tres o cuatro meses, pero hasta ahora no ha ocurrido».

Relojeros

El relojero que trabaja en El Corte Inglés, por desgracia, es de los pocos que quedan en Córdoba. Javier Gutiérrez tiene 48 años y lleva moviendo las manecillas de los relojes cordobeses desde los 16. El relojero comenzó su andadura en la empresa Casio, tanto en Barcelona como en Madrid, siendo el único de esta lista de trabajadores que no heredó su profesión de sus padres. «Para dedicarte a esto lo más importante es la práctica. Aunque yo estudiase con Casio, era más importante practicar y aprender haciendo», explica Javier.

te sobre la opinión de los clientes, "mi clientela valora mi trabajo, quizás sea porque no quedemos prácticamente nada más que mi hermano y yo, pero lo cierto es que considero que mi trabajo se valora".

Javier Gutiérrez en el taller de relojería en el Corte Inglés.

Javier Gutiérrez en el taller de relojería en el Corte Inglés. / FRANCISCO GONZALEZ

Un dicho afgano afirma: «Ustedes tendrán los relojes, pero el tiempo es nuestro», y de igual modo se puede aplicar a este caso, pues, pese a los 32 años de experiencia de Javier Gutiérrez, ve que el tiempo de su profesión se esfuma. «Esto se acaba, ya no quedan relojeros, y los nuevos relojes ya no se reparan. Los relojes de lujo aún habrá que repararlos, quizás los relojeros nos quedemos únicamente para estos relojes de lujo, pero todo apunta a que va a desaparecer», señala. «Conozco a tres relojeros muy veteranos y ya retirados y los hijos no quieren trabajar de lo mismo», lamenta.

El relojero se expresa positivamente sobre la opinión de los clientes. «Mi clientela valora mi trabajo, quizás sea porque no quedamos prácticamente nada más que mi hermano y yo, pero lo cierto es que considero que mi trabajo se valora», asegura.

"Esto se acaba, ya que no quedan relojeros, y los nuevos relojes no se reparan"

Javier Gutiérrez

Para Antonio Mesa, vidriero artesanal, el futuro tampoco pinta mucho mejor. «No me planteo tener ayudantes ni aprendices, ya que no llegan pedidos como para derivar trabajo», señala. 

De padres a hijos

El vidriero aprendió su oficio de su padre, viéndolo desde pequeño, y a sus 41 años está al frente del negocio. Antonio vende sus trabajos «a particulares, gente que quiera tener una vidriera, y no solo valora su utilidad, sino también la estética de esta, también vendemos muchísimo a las iglesias. El mundo de los decoradores de interiores y artesanos que incluyen las vidrieras en su trabajo es un mercado también, aunque principalmente los dos primeros». 

El vidriero artesanal Antonio Mesa elaborando una de sus creaciones.

El vidriero artesanal Antonio Mesa elaborando una de sus creaciones. / FRANCISCO GONZALEZ

Pese a que su establecimiento no esté en un barrio turístico (está ubicado en la calle Goya), alguna vez ha realizado un encargo a un turista. «No es lo principal, alguno se habrá hecho, pero es algo que requiere tiempo y no es habitual que transiten el barrio», afirma. 

Antonio Mesa piensa que sus clientes valoran su trabajo, sin embargo, este «requiere de tiempo y supone un coste extra con respecto a un cristal normal. Obviamente, no es lo mismo, pero no es común que las personas paguen el extra de precio por mi trabajo y el tiempo que requiere.

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