El recreo es esa parte de la jornada escolar, preferida por los alumnos, en la que el componente lúdico y de desconexión se impone durante la media hora que dura. La esencia se mantiene, pero las restricciones sanitarias hicieron que el planteamiento a la hora de abordar estos ratos de ocio se tornase un poco diferente. El alumnado, como viene siendo habitual ya en este contexto de pandemia del coronavirus, se adapta en un ejemplo inigualable de resiliencia. En centros como el CEIP Mediterráneo, su directora, Pepa Matas cuenta que los patios de recreos están sectorizados desde Infantil hasta Primaria bajo la vigilancia «extrema» del tutor. En este colegio del Figueroa hay una distribución de patios por ciclos en zonas diferentes, es decir, ya de por sí existe una separación, mientras que la etapa de Infantil está dividida en tres zonas por niveles, «pero todos tienen su parcela por aula y clase», asegura la directora. Cada menor se relaciona solo con sus compañeros, toman distancias para desayunar y juegan solo entre ellos en el denominado grupo burbuja, una imposición por la que «tienen que aprender a jugar con su propio cuerpo, ya no pueden tener objetos para divertirse como el balón…». 

La cara positiva de esta situación ha sido el afianzamiento de la clase, donde según Mata «charlan más con sus compañeros, se crean lazos de unión, existen menos conflictos». Pero, por otro lado, y aquí está el revés de la situación, «aumentan los problemas fuera del ámbito escolar con otros niños al tener acceso a las redes sociales». Además, se pierden habilidades sociales con otros grupos diferentes. En cualquier caso, apunta la directora, «el gran problema del espacio acotado es la sensación de pérdida de libertad».

A 45 kilómetros 

A 45 kilómetros de la capital, en el CEIP Francisco Solano de Montoro, las pautas que se siguen en el recreo distan poco de las descritas con anterioridad. Espacios estancos, flechas y líneas que guían ordenados recorridos y distancia de seguridad, bien demarcadas, son las rutinarias medidas interiorizadas por alumnos y profesorado tras un curso aprendiéndolas. Manuela Gámez es maestra de Primaria en este centro y explica que allí reciben el momento más esperado del día con una canción, que varía a diario, y que sirve de compás a los alumnos mientras se desinfectan las manos y cogen sus meriendas para ir a disfrutarlas al patio. «Cada curso tiene una zona determinada separada con vallas que han sido cedidas por el Ayuntamiento del pueblo», explica. Aunque el juego ya no puede ser como el de antes, los pequeños han inventado maneras alternativas para seguir divirtiéndose en el pequeño rato de esparcimiento. «Al alumnado se le ve contento, adaptado a esta situación y aceptando las normas y medidas de buena gana o, quién sabe, con resignación, asimilando la época que les ha tocado vivir. La verdad es que son admirables», afirma la docente. Vuelve a sonar la misma canción y los alumnos se ponen en fila, respetando distancias y por el mismo pasillo y puerta por la que salieron. Una lección bien aprendida que, desde luego, no van a suspender.

Juegos. Los pequeños han aprendido a divertirse de manera autónoma.

De vuelta a la capital, en la barriada periférica de Alcolea, el CEIP Joaquín Tena Artigas reparte por niveles la etapa de Infantil, pasando de grupos burbuja a grupos de convivencia escolar para disfrutar el tan esperado momento de patio y salir gradualmente en las tres edades que comprende este nivel de 3 a 6 años. «Se trata de media hora para cada grupo de convivencia en el que te pasas el tiempo colocando, recordando y arreglando las mascarillas que lucen nuestros alumnos», afirma la maestra Mercedes Moltó, quien añade que «estoy segura que mascarilla junto a la palabra pipí es el vocablo que más usamos durante ese efímero rato». Estos alumnos, por su edad, toman la merienda en el aula, donde son más fáciles de controlar las distancias de seguridad y para evitar que se mezclen con otros grupos: «Éste es el momento más normalizador de la jornada, en el que vuelves a verles sus caras sonrientes». En Educación Primaria funcionan con hasta seis zonas delimitadas para cada uno de los niveles educativos y los maestros vuelven a ser los vigilantes de la salud más eficaces en cuanto a recordar distancias, medidas higiénicas e, incluso, a insistir que respeten las indicaciones visuales pintadas en el suelo para dichas zonas, según los grupos de convivencia escolar establecidos. Ante esta situación, reflexiona Moltó que quizás el alumnado ha perdido en las relaciones interpersonales por el distanciamiento antinatural a la hora de jugar, «pero habrá aprendido a valorar las prioridades en la vida relacionadas con disciplina, orden y entrega por el bien común y el de sus mayores, adaptándose a las circunstancias de la mejor manera posible».

En el IES Grupo Cántico, para que hubiese menos concentración de alumnos en el patio, los recreos se dividieron en dos turnos, una fórmula adoptada en el curso pasado que ahora reproducen otra vez. Esto generó un problema porque los de 4º de ESO llegaban al recreo después de transcurridas cuatro horas de clase, pero «a todo se acostumbra uno», apunta el jefe de estudios, Juan Antonio Gavilán. Pero los que más «han sufrido» han sido los pequeños, los de 1º de ESO, porque no podían relacionarse con otros grupos o ver a sus hermanos, lo que acabó generando algunos problemas. Una situación muy marcada por los límites que acaba generado mucho estrés en el alumnado y los docentes.