110 euros en un cajero, 3 horas y media en una comisaría, un juez de guardia y 210 euros de multa. Ese ha sido el periplo que ha llevado esta semana a Juan Alcántara, concejal y número 2 de Podemos en el Ayuntamiento de Córdoba, a presentar su dimisión y renunciar a su acta de concejal impelido por el código ético de su partido y el suyo propio, según contó él mismo en su despedida ante los medios.

Cometió un delito leve de apropiación indebida (lo dice una sentencia de junio del 2020) por llevarse dinero (110 euros) de un cajero automático. Aunque luego lo devolvió, la dueña ya lo había denunciado. Después, Alcántara incurrió en un segundo error al no acudir a la doble llamada de la jueza para que abonase la multa (en su descargo, el concejal ha dicho que no lo pudo hacer porque cambió de domicilio y no le llegaron ninguna de las notificaciones judiciales). Así que en busca y captura (con lo peliculero que suena eso), la Policía fue a detenerlo a su casa para llevarlo ante el juez, donde terminó pagando una multa de 210 euros. ¿Cómo se os ha quedado el cuerpo, señores?

El señor Alcántara se la ha puesto botando al gobierno local esta semana, claro está, y al alcalde le faltó tiempo para decir eso de que «¿cómo vamos a poner a este hombre a gestionar dinero público, si llega a un cajero, ve unos billetes y se los lleva?» y todo así.

Juan Alcántara –apostillo, como apostillé con Eva Timoteo (la más preparada de su grupo), ha sido un concejal trabajador, defensor de sus ideales y amable con la prensa— es ya el quinto en abandonar la casa del pueblo desde que se inició el mandato en junio del 2019 y, ojito, ni siquiera hemos llegado al ecuador de los cuatro años.

La cosa de la dimisión es ya tan recurrente en el Ayuntamiento que cada vez que llama alguien a la Junta Electoral Central pidiendo la expedición de una nueva credencial de concejal para el siguiente de la lista electoral, el recepcionista de la JEC, allá en la Carrera de San Jerónimo, sujeta el auricular con una mano, tapa el micrófono con la otra y dice aguantándose la carcajada: «¡Otra vez los de Córdoba, que les ha dimitido otro!».

Cinco ediles en menos de dos años

En 23 meses se nos han ido cinco concejales: tres de ellos por motivos personales que les han llevado a abandonar la política (dos del PP: José Miguel Moreno Calderón y Laura Ruiz y uno del PSOE, Manuel Torralbo) y dos más, por cuestiones éticas que han afectado a su vida política (Eva Timoteo, de Cs, y Juan Alcántara, de Podemos). Además, como recordarán, tenemos asuntos urbanísticos pendientes de resolver (el zuncho de la portavoz socialista, Isabel Ambrosio) y casos judiciales en ciernes (IU ha prometido llevar a la Fiscalía los contratos menores realizados en la delegación que dirige David Dorado y la empresa constructora señalada por la coalición, a su vez, amenaza con querellarse contra los concejales de IU por injurias y calumnias). Y nuestro doble tirabuzón: la comisión de investigación abierta a Manuel Torrejimeno, por el famoso correo que envió a la entonces gerente del Imdeco y hoy concejala ligre (ni del PP ni de Cs, ni de Cs ni del PP) María Luisa Gómez Calero.

Si un día les dije que al guionista de Capitulares lo habían fichado para una serie de Netflix que se rodaba en Madrid, ahora les confirmo que después de dejar a Isabel Díaz Ayuso al frente de la comunidad de las cañas y la libertad; de dejar sorpasado por los de Errejón y con arritmias a Gabilondo; fuera de órbita a Pablo Iglesias, y a Pedro Sánchez rezando por lo bajini a San Judas Tadeo, el guionista ha vuelto a Córdoba y se ha hecho politoxicómano. No hay explicación para interpretar los últimos acontecimientos capitulares que no pase por un generoso consumo de estupefacientes, sustancias psicotrópicas y abundantes ponches de ácido lisérgico que ha debido tomar el bueno del script para concebir estos giros argumentales.

¿Qué está pasando si no en el Ayuntamiento? ¿Qué pasa que no hay semana que no se abra la lona y empiecen a desfilar por los pasillos de Alcaldía saltimbanquis, mujeres barbudas y trapecistas sin red? ¿Qué está pasado en este mandato para que el salón de plenos se empiece a parecer peligrosamente y cada vez más a un plató de los que hacen cajas con desgracias humanas y miserias carpentescas?

Un cóctel intragable

Con el mayor proyecto de ciudad --de carne y hueso-- que tenemos entre las manos desde los tiempos del Califato Omeya –me paso para ser efectista, claro está, pero ¿qué si no es la base logística del Ejército con 370 millones de inversión pública y una previsión de creación de 1.600 empleos en un término municipal yermo de industria y oportunidades?--, en vez de trabajar y trabajar, parecemos empeñados en quedarnos cada semana al borde del infarto y con la pastilla debajo de la lengua con el show must go on.

Este martini mezclado y agitado que no se bebe ni James Bond; este cóctel que nos provoca pena, vergüenza e indignación a partes iguales nos va a terminar postrando en el sillón del psicoanalista, o a lo peor, llevándonos a zancadas al banquillo de abstencionistas, descreídos y ateos del artefacto electoral, a los que ya ni unas elecciones a lo champions league como las de Madrid nos motiven. La política se parece cada vez más al fútbol, qué pereza.