Francisca Castro tiene 85 años y vive sola desde hace 13, cuando enviudó. Esa soledad del hogar no la lleva "muy mal", como ella misma cuenta, y se ha acostumbrado a no tener compañía en su piso del Sector Sur. La ausencia de compañía, eso sí, no es completa. Su familia va a visitarla cada día, salvo contadas excepciones, y también todos los días ella suele salir a andar lo que el cuerpo le deja.

El problema vino con el primer estado de alarma y el consiguiente confinamiento. "Me traían la compra a la terraza y ahí yo les dejaba la basura para que se la llevaran, no salía para nada", más allá de eso y conversaciones telefónicas, una pandemia. "No salía de aquí", rememora Francisca, que reconoce que la situación se le vino encima y apareció el fantasma de la depresión. De ésta "salí muy bien", explica, acordándose además de Lola, su psicóloga. El confinamiento duro, el de los primeros meses de esta pandemia, pegó con fuerza a todo el mundo, aunque aquellos que viven solos lo vivieron de una manera mucho más dura.

Sin embargo, esos días parecen haberse esfumado, y aunque la normalidad no es completa, Francisca sí ha recuperado parte de su vida anterior. Ahora que los paseos están permitidos sí aprovecha las horas matutinas para salir a andar, aunque apunta que "tampoco soy una persona a la que le guste salir mucho".

Reconoce que a veces sí piensa en aquellos que ya no están, "que ya son muchos", pero el apoyo de su familia es crucial. "Vivo sola, pero no me siento sola", cuenta Francisca cuando habla de las visitas de sus hijas, sus yernos y sus nietos, por las tardes «siempre hay más de uno». Como Francisca hay muchas más. El colectivo de mujeres viudas y mayores de 65 años es el que protagoniza ese núcleo duro de personas que viven solas, aunque, por fortuna, no se sientan así.