Hubo un tiempo en el que se decía que los cordobeses vivían de espaldas a su río, y era verdad, pero no es menos cierto que con la llegada del verano todo cambiaba, sobre todo, para las familias humildes y para los chavales y mozalbetes que disfrutaban de lo lindo con las frescas y limpias aguas del Guadalquivir. Eran días en los que los cordobeses se asomaban a su gran río para disfrutarlo y contemplarlo con jornadas de carreras de barcas y natatorios hasta el viejo puente y días de verbena junto al Molino de Martos. La animación era tremenda, llegando a su culmen el día de la Virgen del Carmen con su procesión marinera por el río en una barca bien engalanada. También eran los tiempos de los pescadores con caña que se ponían frente a la Cruz del Rastro (entonces en ese tramo no había barandales) y los peces obtenidos, bien aderezados, luego se podían degustar en aquella popular taberna al lado de la Calahorra.

En torno al río

Pero al comenzar el camino de recuerdos de otros tiempos, nos encontramos hoy con el estado de abandono en que se encuentra el entorno del antiguo embarcadero y del Molino de Martos, impresentable a todas luces, sobre todo, la parte del embarcadero; aunque hace algunas fechas se ha vuelto a reabrir el molino a la visita pública, algo que se hizo hace un par de años para volver a cerrarlo. Empezamos el tramo ribereño por lo que ha quedado de la antigua parroquia de San Nicolás de la Axerquía: un solar convertido en cochera y una antigua portada que da al río. En esta iglesia bautizaron al genial pintor Julio Romero de Torres. La última reforma que tuvo esta parroquia se efectuó en 1836. Luego, el tiempo, las crecidas del río y la dejadez acabaron con ella.

Justo en la esquina de la placita llamada de Noques y La Ribera, adosado a los muros de la antigua iglesia, se encontraba el popular y recordado quiosco de la Ribera, que regentaba José Martínez Godoy, con la ayuda de sus hijas, Dulce, Capi y Rafi. Allí es donde paraban los grupos de amigos cuando venían de jugar al fútbol y bañarse en la zona del Molino de Martos. El popular quiosco era una estructura de madera pintada en verde, y tenía una parte acotada rozando la carretera con unos parterres a media altura donde se instalaban veladores en las noches de verano. El quiosco de la Ribera fue muy popular mientras existió, cerrando sus puertas con el ensanche de la carretera, en los últimos meses de 1975.

Antiguo embarcadero

El antiguo embarcadero tiene dos vertientes para bajar. En el de la derecha había una especie de taquilla, más bien tenderete, donde cobraban para pasar la barca. En aquel tiempo costaba 1,25 pesetas y los chavales y mozos que querían dejar la ropa dentro del molino pagaban un duro y la entrada se hacía por el portalón que da al callejón en rampa, lugar donde alguna que otra vez El Maero arreglaba sus barcos. Más tarde, se pusieron bastantes duchas dentro del Molino, y la entrada y pago se hacía por la casa del molinero, ya que la puerta de entrada estaba donde hoy hay una ventana y, bajando la escalera de caracol, que todavía existe, se entraba en la gran sala del Molino. Al fondo de la sala, a la izquierda, había un pecuario chiringuito donde servían tomate fresquito y cervezas bien frías. Respecto al embarcadero y los barcos, hay que decir que estos eran propiedad de Francisco Caballero Madero, al que todos llamaban El Maero.

Y al hablar de La Chorrera a más de uno se le encoge el corazón, ya que se disfrutaba mucho de ella, tanto bebiendo su fresca agua como duchándose en su gran caño, hoy en día desaparecida, desgraciadamente. Esta edificación estaba a la izquierda del embarcadero y junto al murallón, del que manaba el agua, siendo su estructura una especie de castillete pequeño o torre almenada.

Ya el maestro Ramón Medina la cantaba bellamente en su canción Noches de mi Ribera: «Bebe agua en La Chorrera/agua fresquita, agua fresquita/que cura bien las penas/si son chiquitas, si son chiquitas/ Noches de mi Ribera/de mi Guadalquivir/¡Ay Julio, quien pudiera/volverlas a vivir».

Concurso de saltos de trampolín

El Molino de Martos debe su nombre, según se cree, al nombre de una antigua puerta que estaba a su lado y tenía varias partes desde donde zambullirse en el agua. Estaba la primera plataforma, dividida por el boquerón; mucho más arriba, el trampolín de madera con barandas, y por encima de este, una repisa a la que llamaban las torbas. De estas tres partes, la gente con más o menos atrevimiento se tiraba al agua. Todos los años había concurso de saltos desde el trampolín. En el apartado del salto del ángel destacaban siempre los populares Frak-Polo y El Canario. Algún año después, en el verano de 1960, se formalizó la playa por parte del Ayuntamiento. Se pusieron pegadas al reciente murallón (antes de existir este, los niños llamaban a la zona la Cuesta de la Pólvora) unas dependencias para alquilar bañadores y dejar la ropa, con su consiguiente ficha para recogerla. Y entre esto y la playa u orilla del río, un gran chiringuito con mesas y sillas. También, y patrocinado por la firma Coca-Cola, los domingos se organizaban concursos de castillos en la arena que tuvieron un verdadero éxito. El último año que hubo playa Molinera fue en 1975.

Edificio de larga historia

Y para terminar, dejar un apunte histórico de la antigua Basílica de los Santos Mártires. Este magnífico templo se encontraba al lado de la Puerta de Martos y del Molino. En esta zona fue donde Menciana enterró los cuerpos de Acisclo y Victoria, en el lugar donde después se alzó el templo a su nombre, por lo tanto, se trata de un edificio de larga historia, en el cual también fueron enterrados San Perfecto, San Sesinando, San Argimiro y las cabezas de las santas Flora y María. Hay que recordar que el rey Felipe II entró de rodillas en este templo para visitar la tumba de Acisclo y Victoria.