Es vitalista (baste decir que, a los casi 90 años, se ha comprado un aparato para hacer músculos), es hablador y muy simpático. Tanto que José de Miguel, que presume de tímido como otros presumen de listos o de guapos, sabe hacerse querer desde el mismo instante en que lo conoces. Esta cualidad innata de seductor retraído --que son los que más éxitos cosechan--, unida a una indiscutible valía poética que ha resistido el poco afán de su dueño por promocionarse, hacen que en Córdoba se aprecie y respete al hombre y al poeta. Se demostró recientemente, en el recital que José de Miguel protagonizó dentro del ciclo que organiza la Real Academia con la colaboración de la Fundación Prasa. "No te puedes imaginar cómo se llenó la sala --dice un poco incrédulo todavía--. La gente me felicitaba y yo no cabía en mí". Y es que, aunque asegura que nunca le importó la gloria sino la vida, a nadie le amarga un dulce.