El paso de los años, su disciplinada huida de las candilejas literarias y el machadiano desaliño indumentario que lo adorna le dan aspecto de intelectual despistado y ajeno no solo a la feria de las vanidades sino a todo lo que se cuece fuera de la palabra, a ser posible bella. Poeta de resonancias clásicas, traductor que mima como propios los versos que otros escribieron en distintos idiomas y transmisor de conocimientos en las aulas universitarias, Carlos Clementson dirá mañana adiós a esta última faceta, la de profesor de Literatura Gallega y Catalana en la UCO. Lo hará en la Facultad de Filosofía y Letras con una Lectio Aurea en la que plasmará el fruto de treinta años de estudio sobre Pierre de Ronsard, el clásico francés del que tiene traducidos miles de versos que estaban inéditos en España. Luego, seguirá entregado con fervor a la escritura.

--¿Le dolerá dejar las clases?

--Dejar la universidad me dolerá mucho, dejar las clases no tanto. Uno nota que ya no tiene el vigor ni intelectual ni físico para hablar tres horas seguidas sin decir alguna tontería. Continuaré un año como profesor honorífico en mi departamento, y la Casa Góngora ha contado conmigo para mantener la llama sagrada de nuestro gran poeta.

--Dicen que enseñar, tal como está el panorama docente, es sufrir. ¿Lo cree así?

--Yo no he sufrido ni como alumno ni como profesor. Una de las grandes bendiciones de mi vida fue el haber estudiado algo por lo que sentía una intensa vocación. Estuve matriculado en Derecho un día, pero cuando vi aquello salí corriendo y me matriculé en Filosofía y Letras. Acabé el Bachillerato con premio extraordinario; como en aquella época no se podía salir con chicas, se estudiaba mucho.

--¿Y por qué, sin ser seminarista, no podía salir con chicas?

--Durante el Bachillerato no, y menos si estudiabas con los Maristas como yo. La primera vez que salí con una chica fue en Primero de carrera. A mí me gustaban pocas, las más guapas, y era muy difícil convencerlas. Me costaba tanto esfuerzo que a veces no compensaba. Mucha poesía, mucho hablar... el amor era muy cansado entonces.

Aunque de Carlos Clementson suele proyectarse el perfil de poeta, lo cierto es que ha dedicado medio siglo a la docencia universitaria, que le ha aportado sustento económico y tablas de cara al público. Y esto, como gran tímido que es --aunque entre amigos le sale la vena inglesa y se desata en un fino humor ácido-- le ha hecho entreabrir la puerta del mundo que se ha hecho a la medida, donde reinan la laboriosidad serena y un talante lírico que impregna hasta lo más prosaico de la existencia. Nada más acabar la carrera de Filología Románica, en 1968, daba ya clases en la universidad de Murcia, donde se licenció este cordobés de padre murciano y madre de Villa del Río. Cinco años después se incorporó a la universidad de Córdoba, que daba los primeros pasos, así que la ha visto nacer y desarrollarse.

--Supongo que sería su ascendencia murciana la que le llevó a cursar allí estudios, ¿no?

--Sí, mi familia paterna era de Lorca y allí teníamos casa, a 50 kilómetros de la ciudad; una mansión muy bonita, de principios del XIX, un museo que se tragó el río con infinidad de recuerdos. Los veranos los pasábamos en Aguilas, en una casa de 150 años al borde del mar que me tiró un alcalde, y eso que la de su hija estaba más cerca que la mía. Todo muy triste.

--A la Universidad de Córdoba llegó cuando solo era Colegio Universitario. ¿Cómo describiría su evolución?

--Por lo que toca a mi facultad, yo no pensaba que fuera a asentarse como lo hizo, con estas instalaciones de lujo. Como tampoco pensé que pudiera estar tanto tiempo dando clase, porque llegar a los 70 años es muy difícil.

--Hombre, con la esperanza de vida de hoy en día, hay que ser muy fatalista para pensar eso.

--Muchos amigos murieron en plena juventud. Mi madre murió con 27 años al darme a luz a mí, la madre de mi mujer con 28... Yo doy gracias a Dios por haber llegado, y sin pedir una baja en mi vida ni haber tenido problema alguno con nadie. Nunca he tenido más aspiraciones que dar clase, escribir y publicar, que es lo más difícil.

--¿Y cómo es que, siendo cordobés, acabó dando clases de Literatura Gallega y Catalana?

--Es perfectamente normal que en España se estudien las literaturas españolas. Mira, esos libros de ahí --señala dos entre los centenares de volúmenes que se apiñan en las estanterías de su despacho-- son antologías de poemas con estudios previos de más de doscientas páginas.

--Se ve que se le dan bien los idiomas.

--Hablarlos no, pero los leo. Siempre poesía, traducir prosa no sé. Ahora estoy terminando una antología de mil y pico páginas de literatura inglesa y otra italiana. He tenido siempre vocación intelectualmente europea.

--¿Traducir es también crear?

--Sí, sí. Lo que pasa es que de un poema tienes que hacer otro poema en una lengua distinta que tenga la misma emoción y el mismo ritmo aunque omitas la rima. La traducción es un género literario, y hay buenas y malas.

Intensidad, inspiración de aliento romántico y una dicción suntuosa, aunque ajena a oscuridades, son algunos de los rasgos con que se ha descrito la obra caudalosa de este poeta desbordado, siempre con libros en el cajón aguardando un editor. Y eso que no para de publicar desde que en 1974 saliera su primer poemario, Canto de la afirmación . Lo último, Córdoba, ciudad de destino , llegó a la imprenta el pasado año. "Es más vital para mí la cultura que lo que pueda pasar en la calle --dice Clementson, tan interesado sin embargo por la actualidad que lee tres periódicos al día--. Yo no entendería la vida sin la poesía, sin el arte, sin la música".

--Y hasta llegó a pintar y a exponer sus cuadros.

--Sí, sí, si de joven hubiera sabido que existían las escuelas de Arte y Oficios yo sería pintor, tenía una vocación extraordinaria. En los viejos tiempos también hice intentos con la música. He tenido muchas aficiones, hasta toreé en tentaderos de Almodóvar con 15 años.

--¿De qué alimenta sus versos?

--Mi poesía está alimentada de mis vivencias íntimas y de las intelectuales. Y de la lectura, a la que dedico casi la mitad del día. Quizá utilice un lenguaje excesivamente retórico, pero decía Eugenio D'Ors que el énfasis es natural en los enfáticos. Eliot y los ingleses después de la primera Guerra Mundial impusieron el lenguaje cotidiano, que acaba convirtiéndose en deslavazado. Yo prefiero un lenguaje culto, rico, sensual...

--Una poesía que recuerda a la de Cántico, grupo al que por cierto dedicó su tesis doctoral.

--Sí, fue la primera tesis que se hizo en España sobre el grupo. A Ricardo Molina le he tenido siempre gran admiración, y ha sido una tragedia para Córdoba que muriera con 50 años, en su plenitud. Al que más traté fue a Juan Bernier, que era muy humano, muy problemático también, ahí está su Diario , estremecedor. Pero era muy cordial, con 70 años iba en su Seat 127 desde Córdoba a Aguilas para pasar unos días en la playa con nosotros. A Pablo (García Baena) lo he tratado menos, pero me parece el mayor poeta en lengua española de España y América.

--Empezó a publicar tarde, cumplidos los 30 años.

--Sí, pero eran poemas escritos a los 20 años. Siempre tuve oído rítmico. Con 15 años, un hermano marista me pidió que recitase un poema a la Virgen en una entrega de premios, uno larguísimo (empieza a recitarlo adoptando el tono engolado de la época) y en PREU recité otro que aproveché para colar morcillas de mi cosecha.

Ríe este hombre serio reviviendo esos pasajes del pasado. Otros, en cambio, todavía le causan dolor, como el recuerdo infinito de una madre a la que no conoció y de cuya muerte prematura en cierta forma se culpa. A ella ha dedicado versos tristísimos en los que se imagina a ambos paseando por la playa. Así, fiel a sus mitos y paisajes, une dos grandes amores: su madre y el mar. Porque los poemas de este marinero en tierra están llenos de olor a salitre y cantos de sirena. Aunque frente a Ulises, él, que es muy suyo, odia tanto viajar que es de los que creen que la humanidad tendría menos problemas si se quedara quietecita en casa.

--Ha escrito mucho sobre el mar desde tierra adentro...

--Siempre he tenido nostalgia del mar, a él están asociados mis veranos antiguos. El abuelo de mi padre fue general de la Marina inglesa. Mi próximo libro se titula Donde nace el mar .

--Ahora que se jubila, podrá visitarlo cuando quiera.

--Ya sin casa, me da pena revivir aquel mar de la niñez.

--También podrá dedicarse a una de sus mayores aficiones, la tetulia.

--Antes sí, teníamos la tertulia del Siroco, donde se juntaba la literatura y el arte. Pero ya no bebo ni fumo, por eso he engordado. Y una tertulia sin alcohol es la cosa más triste.