No importa el número exacto de manifestantes. 1.200 belmezanos, según estimó ayer optimistamente la alcaldesa, y sin duda más de cuatrocientos, que fue la cifra de ocupantes de los autobuses que retornaron a Belmez, a los que habría que sumar los que se quedaron en la acampada de protesta y los que llegaron en coche propio. Pero ya digo que no importa la cifra exacta porque, con 3.200 habitantes que tiene Belmez, lo relevante es que uno de cada siete belmezanos, tirando muy por lo bajo, estaban protestando. "Los cuatro que no podemos andar hemos venido en autobús", explicaba Asunción Calderón frente al campamento de protesta esperando la llegada de la marcha.

Y es que llamaba la atención el espíritu de triunfo de los participantes en la marcha, que ha servido de catarsis a Belmez, casi recobrando ese espíritu minero combativo de cuando el pueblo tenía 9.000 habitantes, allá por los años sesenta. Todos se confesaban orgullosos. Vicente, por ejemplo, llegaba a Vallellano cojeando tras 79 kilómetros y alternaba un gesto de dolor con otro de altivez, pero sin renunciar a los últimos metros de la marcha. No era para menos, no podía defraudar a la señora que les aplaudía desde la parada del autobús y, sobre todo, Vicente no quería defraudar a su pueblo ni a sí mismo. Y no lo hizo.