Ha perdido la cuenta de las noches que lleva en vela cavilando qué hacer, dónde buscar, a qué puerta llamar para conseguir trabajo o, en el peor de los casos, comida con la que alimentar a sus dos hijos. Divorciada por dos veces, Cristina Moya Ruiz afirma que ha sido víctima de malos tratos continuados por parte de sus ex parejas y sufre un trastorno depresivo que se ha acentuado desde que la única fuente de ingresos de su familia, su empleo como oficial de primera de alicatador, se ha esfumado por la crisis.

"Hace dos años, tuve que darme de baja en el trabajo para irme primero a una casa de acogida y después a Canarias con los niños, por motivos de seguridad", recuerda, "desde entonces, he cobrado parte de mi sueldo hasta que en diciembre la empresa quebró".

Antes de que la "catástrofe", como ella dice, se colara en su destino, asegura haber disfrutado de una vida desahogada. "He luchado por mis hijos y, aunque sus padres no me han dado ni un duro, me he ganado el sueldo con el sudor de mi frente para que no les falte de nada", comenta Cristina. Sin embargo, "ahora que me hace falta, no me ayuda nadie".

Y es que, aunque las circunstancias socioeconómicas de Cristina son desesperantes, apenas le corresponde un mes y medio de subsidio social. "Solo la hipoteca de mi piso son 420 euros, así que llevo tres meses sin pagar para poder comprar comida y pagar los recibos, pero lo peor está por venir porque en marzo dejan de darme esa ayuda hasta mayo", afirma angustiada mientras muestra toda la documentación con la que ha recorrido en busca de auxilio todas las ventanillas posibles. "Y yo me pregunto, ¿quién va a dar de comer a mis hijos de aquí a mayo, qué se supone que les tengo que contestar cuando me digan que tienen hambre y no tenga nada para darles?", insiste.

Aparte de un vale que le dio el párroco del barrio y un paquete de comida de Cáritas, solo su madre arrima algo a sus nietos de vez en cuando. "Mis padres viven con una pensión y mantienen a mi hermana pequeña y a su hijo, así que tampoco pueden darme mucho", dice, y mueve las manos agitadamente, intentando describir con ellas la angustia que siente.

Las deudas han empezado a acumularse hace tres meses, pero ya tiene dos cartillas de ahorros con más de 800 euros a pagar que se suman a los plazos de hipoteca pendientes. "Mi piso es de protección oficial y cuando lo compré era una pena, yo sola lo he arreglado con mis manos cuando venía de trabajar en la obra", recuerda, sin querer pensar en el futuro que le espera a esa vivienda.

Cuando se le nombra a los políticos, la impotencia se apodera de ella, que no acaba de entender cómo es posible que no haya un puesto de trabajo para alguien en su situación y con dos hijos pequeños a su cargo. "Esto no se puede explicar, hay que vivirlo, y te digo yo que si el presidente del Gobierno se metiera en mi pellejo una semana, acababa suicidándose".

En las últimas semanas, ha recurrido a vender todas sus pertenencias de valor. "El poquito oro que tenía ya está empeñado y por mi radial (que me costó 200 euros), un radiocedé y el home cinema que tenía me han dado 35 euros, una miseria".