Luis Miranda (Córdoba, 1976) se mete en la piel de Juan de Mesa para afrontar su segundo libro tras Historia de la Semana Santa de Córdoba. En Juan de Mesa. A la caza del último aliento (Almuzara), el periodista de ABC se trasmuta en el escultor nacido en 1583 y autor de obras como las Angustias o el Cristo de la Buena Muerte de Sevilla.

-A juzgar por los muchos lectores que han leído ya su obra, para aventurarse en ella no hace falta ser religioso, pero sí....

-Iba a decir amante del arte, pero tampoco es exacto. Creo que lo único imprescindible es sentir curiosidad por el alma humana. No quiero hacerle creer a nadie que he descubierto ningún secreto del ser humano, pero creo que el arte y la literatura hablan precisamente de la esencia humana. Desde ese punto de vista, las imágenes de Juan de Mesa, y eso es algo que antes era para mí una intuición y ahora es casi una certeza, hacen preguntas y ofrecen respuestas sobre el misterio del hombre (y de la mujer). Quienes van hasta sus obras encuentran algo que tiene que ver con su misma condición, y por eso entre quienes las admiran siempre hay personas que no se confiesan religiosas o que al menos no se hacen preguntas trascendentes, pero encuentran algo de sí reflejado. He tratado de alguna manera de dar respuesta a la pregunta de qué provocan y dicen las imágenes de Juan de Mesa y para eso he ido a las personas que están más cerca. 

-En su libro sigue los pasos del escultor en una suerte de crónica de viajes, que aterriza en Sevilla como usted hizo en el 94 para estudiar Periodismo. ¿Qué encontró el escultor al llegar al taller de Martínez Montañez? ¿Qué vieron sus ojos y han recreado los suyos?

-He tratado de huir de nada parecido a la novela histórica, porque no me había documentado con la profusión necesaria para hacerlo y también porque es un género que no me interesa demasiado. Sí he querido imaginar algunas situaciones con cierto anhelo de verosimilitud, y sin duda me parecía que la llegada de Juan de Mesa a Sevilla tenía que ser de un gran asombro. Llegaba de Córdoba, una ciudad que había sido importante pero que afrontaba unos años de crisis económica y despoblación, pero sobre todo se establecía en la que podía ser la ciudad más importante de Europa en aquel momento, gracias al comercio con las Indias. Había personas de muchas nacionalidades, intercambio de ideas y mercancías y demanda de arte y cultura. Supongo que aquel mundo de efervescencia creativa y cultural tuvo que fascinarle, pero también tuvo que sobrevenirle el reto de encontrar su lugar en un mercado en el que no faltaban genios, empezando por su maestro, Juan Martínez Montañés.

-La Virgen de las Angustias y el Gran Poder son dos de sus obras más importantes e iconos para el sentir cofrade de dos ciudades como Córdoba y Sevilla. ¿Por qué cree que una escultura trasciende la obra de arte y es capaz de movilizar y conmover a tanta gente?

-Me atrevería a decir que no trasciende de su condición de obra de arte, porque el arte precisamente intenta conmover y fascinar, al menos el arte más alto. Le contaré algo: hay dos cuadros que me causaron una emoción parecida y casi me sacaron del instante y del lugar de pura fascinación al tenerlos delante. El primero se explica por lo religioso y mi condición de cristiano, y es el Cristo Crucificado de Velázquez. El segundo es El nacimiento de Venus de Boticcelli. También es un cuadro mitológico, o religioso, pero cuando se pintó nadie rezaba a Venus. Sin embargo, la sensualidad, la belleza, la vida interior que transmitía aquella mujer que nacía algo pudorosa de la espuma me hizo conectar con algo profundo, con lo mismo que ciertas obras musicales o literarias. Regreso de la disgresión: creo que el Gran Poder o la Virgen de las Angustias tienen un discurso parecido, como toda la obra de Juan de Mesa. Su torrente de narración es tan fuerte que arrasa al creyente -que ve a Dios sufriendo- y empapa al no creyente, que puede interpretarlo como un signo del hombre que afronta los reveses de la propia existencia. No pueden evitar conmover.

El periodista Luis Miranda, con su libro 'Juan de Mesa. A la caza del último aliento', publicado por Almuzara. CHENCHO MARTÍNEZ

-Si Juan de Mesa hubiera nacido ahora, ¿en qué disciplina artística se expresaría?

-Él fue un innovador, aunque conocía bien las raíces clásicas de las que llegaba. Había aprendido de ellas, las respetó y siempre conservó mucho. Me han venido a la cabeza ciertos compositores de música sacra contemporánea, como el estonio Arvo Pärt y el polaco Krzysztof Penderecki. Ambos hacen música atonal e innovadora, pero accesible a un público no muy reducido, y ambos son capaces de ser contemporáneos y de conmover el que los escucha.-

-¿Se valora en su justo término la obra de Juan de Mesa en Córdoba?

-No, por desgracia. No es tanto la condición de madrastra de la ciudad con sus mejores hijos, que algo de eso hay, como el hecho de que la recuperación de la obra de Juan de Mesa llega tarde. Hay que recordar que desde su muerte en 1627 su nombre permanece oculto más de dos siglos, hasta que se empieza a saber de él a finales del siglo XIX y se reconstruyen su vida y su obra desde principios del siglo XX. Desde la década de 1930 tiene una calle en Córdoba, aunque con el añadido de escultor, como si nadie supiese quién es. El arte y la creación ya van por otro camino a partir de entonces y no se consigue que el nombre de Juan de Mesa tenga la consideración y admiración que debe tener sobre todo porque quien lo reclama son las cofradías. Con eso basta para que una parte de los amantes del arte lo sitúe en los peldaños menores del arte o directamente de la artesanía. 

Cuando la ciudad le dedica un monumento, en el año 2004, una parte de la sociedad poco representativa pero con capacidad para hacer ruido llega a convocar un minuto de risa que no es más que un escarnio al hecho de que fuese un autor de escultura religiosa.

-¿En qué medida ha influido en usted la lectura de la denominada ‘novela de no ficción’ que tanto han cultivado Cercas, Carrere y otros autores de éxito?

-He utilizado esos ejemplos como una herramienta. No he querido hacer una novela al estilo de Cercas, Carrere o de El dolor de los demás de Miguel Ángel Hernández, sino que cuando me he planteado la obra sobre Juan de Mesa me he detenido a pensar con qué herramientas contaba. Por un lado estaban la pregunta, la transcripción y la interpretación, propias de mi profesión de periodista. Por el otro, esas construcciones narrativas que parten de la novela para contar la realidad, y que buscan que el lector conozca la historia con la estructura de una narración de ficción. Incomprensiblemente, nadie me habló de Manuel Chaves Nogales cuando estudié, pero me parece que lo hizo mejor que nadie. No sé si he hecho bien la digestión de tantas lecturas, pero me parecía que debía aprovechar esas herramientas para armar un relato de la realidad, ya que la imaginación no me da para inventar gran cosa.

-En su obra el protagonismo casi siempre está en la gente con la que habla, en sus testimonios. ¿En qué medida eso implica un posicionamiento literario?

-Implica quizá el mismo posicionamiento que el escritor que autodiluye sus propios puntos de vista en lo que piensan sus personajes y no se identifica abiertamente con ninguno de ellos, al menos en su totalidad. No he querido que mis personajes digan lo que yo quiero, aunque hablen después de que les pregunte, sino que he transcrito con toda la exactitud posible lo que me han contestado, sin intervenciones ni maquillajes. Al mismo tiempo he dado mi punto de vista y he contado cosas personales, pero como lo haría uno de ellos, sin que mi voz sea más importante que las demás.