Ya no había manera. Aquel Córdoba CF estaba roto, sin recomposición posible. Todos lo sabían, pero nadie se atrevía a explicarlo en público. Era demasiado doloroso y vergonzante. Aún se hablaba de milagro, apelando a la historia de un club habituado a salir airoso en las situaciones más duras. Pero la del curso 20-21 era demasiado esperpéntica. Se retorcían los números buscando combinaciones imposibles y los futbolistas de mayor peso lanzaban mensajes de tibia esperanza sin demasiado convencimiento. De lunes a sábado se hablaba y el domingo, en el césped, se liaba gorda. Una y otra vez. Hasta que llegó aquel día en Cádiz.

Domingo a mediodía del 18 de abril de 2021. El Córdoba de Pablo Alfaro -que ni era un Córdoba competente ni era ya de Pablo Alfaro- se presentó en la Ciudad Deportiva de El Rosal con su discurso de siempre. Ya saben: lo de las finales. El entrenador aragonés transitaba ya por una senda desviadísima, puntuando casi por casualidad con una formación desnortada, atenazada por el miedo al ver cómo se les iban por el sumidero muchas cosas: la categoría del club, el prestigio personal, algunos suculentos contratos... Es lo que tienen los descensos. En Cádiz se terminó de apalabrar la caída a la cuarta división, aunque después de aquello llegó a haber momentos -bendito sea el fútbol- en los que el destino pudo girar. Pero no fue así.

La maldición de los filiales

El Córdoba CF tenía una maldición con los filiales. Es una manera piadosa de calificar una racha mortal ante conjuntos dependendientes que terminó sepultando a los blanquiverdes, cuyos lustrosos expedientes eran mancillados una y otra vez por meritorios de las canteras de Betis, Sevilla, Granada o Cádiz. No le ganaba a nadie. Con los amarillos -allí, por cierto, estaba Dragisa Gudelj, el único fichaje invernal blanquiverde- tampoco pudo hacer nada. Pablo Alfaro dispuso un once compuesto por Becerra, Álex Robles, Bernardo, Djetei, Jesús Álvaro, Javi Flores, Mario Ortiz, Moutinho, Del Moral, Nahuel y Willy. En la segunda parte sacó a De las Cuevas, Sidibé y Domínguez. Nada que hacer. El 1-0 lo encajó a los dos minutos y lo firmó el argentino Boselli. Apretó, o eso pareció, pero no marcó. Y el Cádiz hizo el 2-0 en el 90 por medio de Vázquez. Los jugadores se fueron desolados, algunos lloraban. De aquel desastroso día quedan cuatro supervivientes: Willy, De las Cuevas, Javi Flores y Bernardo Cruz. Los capitanes. El barco se hundió y ellos se quedaron.

En la grada estaban Javier González Calvo, varios consejeros y la dirección deportiva. El bochorno desembocó del modo clásico: reunión hasta altas horas y anuncio oficial de la destitución -cantada y llorada ya en El Rosal- de un Pablo Alfaro que se marchó con el mismo gesto con el que vino. Empezó y terminó con récords, de más a menos, en una de las etapas más estrambóticas del Córdoba moderno.

Aquella mañana en Cádiz se registró la última derrota del Córdoba CF en la desaparecida Segunda B. Le dieron entonces las riendas a Germán Crespo, que lo estaba haciendo de fábula en el filial de Tercera División. El resto es historia.