Calenda verde

Campos de amapolas

El despliegue floral de esta especie, cuyo nombre científico es ‘Papaver rhoeas’, es como un suspiro en el viento, un instante efímero que deja a su paso un rastro de belleza cautivadora

Campo de amapolas en el término municipal de Pedroche.

Campo de amapolas en el término municipal de Pedroche. / j. aumente

José Aumente Rubio

José Aumente Rubio

El filósofo y escritor francés Pascal Bruckner dice que la búsqueda de una vida cautivadora debe obedecer a dos mandatos contradictorios: estar plenamente satisfechos con nuestra suerte, pero también permanecer atentos a los susurros del mundo, a la pequeña música de las cosas exteriores: «Inmersión en la maravilla de hoy, disposición a maravillarse con las maravillas del mundo exterior».

Soleada mañana de mayo paseando entre muros de piedra en las maravillosas dehesas cercanas al pueblo de Pedroche, escuchando la banda sonora de la primavera. Se me viene a la cabeza los versos de Lope de Vega: «En las mañanicas del mes de mayo cantan los ruiseñores. Retumba el campo». Detrás de los muros se extienden amplios campos de rojas amapolas entre las que se entremezclan manchones violetas de viboreras, maravilloso paisaje que me devuelve a los versos de Lope de Vega: «Las lluvias de abril flores le trajeron: púsose guirnaldas en los rojos cabellos»... Saco varias fotos y sigo disfrutando del paseo. De vuelta a casa me descargo las fotografías en el ordenador y me parece que estoy contemplando el cuadro Campo de amapolas cerca de Argenteuil, que Monet pintó en 1873. La luz de la naturaleza es quien manda en esa obra y plasma la simplicidad de un campo donde reina la tranquilidad.

Impresión a cámara lenta

Como buen impresionista, Monet carga con mucha tinta el pincel, y da la impresión de que podemos coger alguna amapola del campo. Más allá de un simple lienzo, realiza una impresión a cámara lenta, deteniendo el tiempo de los campos de Argenteuil, como yo detengo el tiempo en las fotos que he hecho de las dehesas de Pedroche.

Nos guste o no, la naturaleza sigue marcando el ritmo de nuestra vida, de la misma manera que nuestros estados de ánimo están moldeados por un cielo gris, un sol espléndido, o, por qué no, la fugaz floración de las amapolas. El despliegue floral de esta especie, cuyo nombre científico es Papaver rhoeas, es como un suspiro en el viento, un instante efímero que deja a su paso un rastro de belleza cautivadora. Sólo podemos atrapar la imagen del paisaje para tenerlo de recuerdo, pintándola como Monet o plasmándola en una fotografía, como he hecho yo de un modo mucho más cómodo e instantáneo.

Su breve floración ha llevado a que la amapola se asocie con la fugacidad de la vida y la transitoriedad de la existencia humana. Durante la Primera Guerra Mundial, las amapolas cobraron un significado especial gracias al poema In Flanders Fields (En los campos de Flandes) del poeta, médico y soldado canadiense John McCrae. Comienza así: «En los campos de Flandes/ crecen las amapolas/ Fila tras fila/ entre las cruces que marcan nuestras tumbas»..., McCrae escribió este poema el 3 de mayo de 1915, el día después de presidir el funeral y el entierro de su amigo, el teniente Alexis Helmer, que había muerto durante la Segunda Batalla de Ypres.

El poema fue escrito mientras estaba sentado en la parte trasera de una ambulancia, cerca de un puesto de enfermería avanzado en Essex Farm, justo al norte de Ypres. Fuera, las amapolas crecían abundantemente en la tierra herida de los campos de batalla.

Recuerdo de soldados caídos

En la siguiente primavera, la tierra, fecundada por veinte mil cadáveres, volvió a estallar en millones de amapolas de intenso color escarlata, revelando la sangre derramada y negándose a cubrir de olvido a los muertos. La amapola se convirtió así en un emblema del recuerdo y la conmemoración de los soldados caídos en la guerra. Por eso se la asocia comúnmente con el reposo eterno y la consolación en el duelo.

Pero esta soleada mañana de mayo inspira otro tipo de sentimientos. Como dice Pascal Bruckner, «el despertar del durmiente por la mañana es una pequeña resurrección diaria de entre los muertos; nos devuelve la luz, nos devuelve la fuerza que la noche nos había robado». La esencia floral de la amapola también ha sido empleada para remediar la falta de equilibrio físico y espiritual, «ayudando a liberar e integrar armoniosamente las informaciones síquicas que provienen de vidas anteriores». Se considera que, según este tipo de medicina, es útil para estimular la creatividad artística. Quizás Monet se tomara una infusión de pétalos de amapola mientras pintaba esos maravillosos cuadros llenos de manchas rojas y azules. n

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