Opinión | Desde la periferia

El trabajo y el cuidado

Es la única ética válida para nuestros días: la del trabajo como interrelación con la tierra y la del cuidado como forma responsable y amorosa de hacerlo

Hace algunos años afirmaba Leonardo Boff, uno de los padres de la Teología de la Liberación, que existen sólo dos formas de ser en el mundo: el trabajo y el cuidado. Formas de estar en el mundo hay muchas, demasiadas, basta con echar un vistazo a nuestro alrededor. No me pongo a enumerar porque no acabo y no trato ahora de esto, aunque lo haré en otro artículo. Formas de ser sólo estas dos: trabajar y cuidar. Ambas nos remiten a tiempos verdaderamente ancestrales del Universo. El cuidado, incluso, mucho más anciano que el trabajo. Os remito a la lectura de las fábulas de Hyginio, quien estuvo al servicio del emperador romano César Augusto y, por tanto, muy cercano en el tiempo a Jesús de Nazaret. El trabajo, como digo, es más joven. Prácticamente nos acompaña desde hace diez milenios mientras que el cuidado es radicalmente esencial al ser humano. Sin cuidado, es imposible que exista esto que llamamos ser humano. El trabajo nos permite interactuar con la madre tierra, porque no somos otra cosa que tierra (hummus=tierra=hombre) y el cuidado nos permite preocuparnos, mostrar interés, responsabilidad, afecto y amor hacia todo aquello con lo que interactuamos.

Sé que es difícil hoy mostrar de manera analítica tanto el trabajo como relación del ser humano con el Universo cuanto el cuidado como forma especial de realizarlo. Nuestras sociedad son tan complejas actualmente que la disección fenomenológica no resulta una tarea fácil. En cualquier caso sí podemos constatar un dato evidente: a medida en que nos transformamos en seres cada vez más pendientes, incluso dependientes, de la tecnología, se nos abre un universo cada vez más inmenso, más profundo, casi infinito que nos deja como dejó a Juan de la Cruz hace cinco centurias la contemplación de la inmensidad de lo Real en sí mismo: con un no sé qué que quedan balbuciendo. Aunque sea tarea ardua, no tenemos excusa para escabullirnos o seguir demorando nuestra única misión en el Universo: trabajar y cuidar la madre tierra, a pesar de que seamos sólo y exclusivamente un puntito realmente minúsculo en el universo. Todas las instituciones humanas, políticas, religiosas, sociales, culturales, educativas deben poner sin demorar manos a la obra, no sólo para concienciar, sino para actuar en pro de este objetivo, de esta misión. Es la única ética válida para nuestros días: la del trabajo como interrelación con la tierra y la del cuidado como forma responsable y amorosa de hacerlo. Que cada uno aproveche según su caudal de espíritu, que también diría el místico carmelita. Es decir, que cada uno actúe desde su propio ámbito para que poco a poco seamos más conscientes y proactivos en la única razón por la que somos en este vastísimo Universo. Precisamente la inmensidad de éste es la que proporciona al ser humano la utopía, la esperanza de dejar a nuestra descendencia un mundo mejor del que tenemos en la actualidad. Pero atención, no olvidemos que el cuidado como preocupación, compromiso, responsabilidad y afecto es el que nos tiene que mover con urgencia a sentar las bases para que todos los seres humanos tengan, con la absoluta dignidad y derecho que poseen y merecen, su particular interrelación con la madre tierra a través de su trabajo. Sin el acceso a un trabajo digno, no es posible cuidado alguno porque el ser humano-tierra cae en la desesperanza, en el caos. Así que pongamos cada uno lo que esté en sus manos para que no estemos contando continuamente los días que nos quedan.

*Profesor de Filosofía

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