Continuando con la temática iniciada en mi anterior artículo, es muy posible que gran parte de la fascinación que despierta la Orden del Temple provenga de su romántico final. Y de esa extraña profecía que el último templario lanzó cuando apenas le quedaba un hálito de vida. Cuenta la leyenda que el 18 de marzo de 1314, los altos cargos de la misteriosa organización fueron encadenados frente a la Catedral de Notre-Dame de París a dos sólidas vigas de encina, mientras a su alrededor se prendía fuego a una pira de leños. Justo cuando las llamas comenzaban a trepar por las piernas de Jacques de Molay, el gran maestre de la orden, su voz tronó sobre el crepitar de la hoguera para señalar a los responsables de su desgracia: «Clemente, y tú también Felipe, traidores de la palabra dada, ¡os emplazo a ambos ante el tribunal de Dios! A ti Clemente, antes de cuarenta días, y a ti Felipe dentro de este año». Justo treinta y tres días después, el papa Clemente V fallecía a merced de una enfermedad desconocida, ante la que nada pudieron hacer sus galenos. Y en noviembre de ese mismo año, Felipe IV de Francia sufría igual suerte tras caer de su caballo de forma inexplicable en el transcurso de una cacería. Habían pasado sólo ocho meses, y la maldición de los templarios se había cumplido.

¿Qué relación tiene esta conocida leyenda con Córdoba? Precisamente en nuestra ciudad, concretamente en la iglesia de San Hipólito, tenemos otro rey que al igual que el soberano francés, fue «emplazado ante el tribunal de Dios» por un condenado a muerte: Fernando IV de Castilla. Aseguran las crónicas medievales que dos años antes de la quema de los templarios, cuando el monarca castellano mandó arrojar a dos caballeros de la orden de Calatrava por la peña de Martos (Jaén) como condena por un crimen que no habían cometido, estos lo maldijeron. Como posteriormente haría Jacques de Molay, los acusados vaticinaron al rey una muerte segura en el plazo de un mes. Y casualidad o no, justo treinta días después, el cuerpo del monarca era hallado sin vida en su lecho. Tenía sólo 26 años, y las extrañas circunstancias que rodearon su fallecimiento le harían pasar a la historia como Fernando IV El Emplazado. ¿Inspiró quizás este episodio ibérico una de las leyendas más populares de toda la Edad Media europea?

Sea como fuere, sus restos mortales serían sepultados en la Capilla Real de la Mezquita-Catedral de Córdoba junto a los de su hijo Alfonso XI de Castilla en 1371, para luego ser trasladados en 1736 hasta la iglesia de San Hipólito -por entonces Colegiata-, donde han permanecido hasta hoy.

(*) El autor es escritor y director de Córdoba Misteriosa. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net