Con una sola oreja para Paco Ureña, que sorteó un muy buen lote de toros de Jandilla, se saldó la corrida de ayer de la feria de Fallas de Valencia, en la que, aun sin trofeos tangibles, destacó la sólida meritoria actuación del sevillano Javier Jiménez.

La preciosa y seria corrida que ha lidiado en Fallas la divisa de Jandilla tuvo, básicamente, casta. Y con variados matices, pues si algunos la desarrollaron para emplearse a fondo en sus embestidas, otros la han traducido en una actitud compleja a poco que no se les llevara toreados con la suficiente firmeza y coherencia técnica. Los hubo incluso que sacaron problemas y dificultades, como el sexto, ante el que, por eso mismo, Javier Jiménez hizo la faena de mayor mérito e importancia de la tarde.

No hubo oreja para el joven sevillano, pues el público no la pidió después de que un pinchazo en lo alto, que en estos tiempos parece quitar mérito a todo lo demás, precediera a una estocada en rectitud y volcándose sobre el morrillo. Pero el esfuerzo de Jiménez mereció con creces el trofeo, una vez que, tras abrirlo con una apurada larga a portagayola en la que el de Jandilla le pasó por encima, le cuajó un manojo de decididos lances a la verónica en los medios y, con la muleta, acabó imponiéndose en un auténtico derroche de firmeza y estrategia lidiadora a las nada claras intenciones del animal.

Esa escasa entrega del toro ya quedó clara en el inicio del trasteo de muleta, cuando, en el remate de una apertura con pases de rodillas, prendió a Jiménez secamente por la rodilla izquierda en una colada repentina, aparentemente sin mayores consecuencias. Aun así, desde ese mismo momento el astado se orientó y empezó a gazapear y a probar antes de arrancarse, sabiendo lo que se dejaba atrás en cada pase. Si ese peligro no trascendió al tendido fue porque el torero de Sevilla nunca dudó y esperó hasta el último momento a que el toro tomara su muleta para irle sacando, poco a poco, muletazos cada vez más templados y limpios, con una firmeza y una seguridad rotundas, antes de que llegara ese pinchazo que enfrió los ánimos de un público otras veces hartamente generoso.

Por ejemplo, como se mostró en el turno anterior, cuando se pidió y concedió una oreja a Paco Ureña, una vez que cerró con otra estocada contundente su faena al encastado quinto, con el que el diestro murciano se debatió entre los altibajos de concentración que exigía un animal que no regalaba una sola embestida si no se le toreaba con precisión y mando. Y así fue como Ureña tuvo fases de faena realmente buenas, sobre todo al natural, frente a otras inconcretas y deslucidas. Prácticamente, lo mismo le pasó antes con el primero de su lote, solo que éste, que se dejó mucho brío al emplearse con gran celo en varas, tomó la muleta con una diáfana y profunda calidad.

MORA, SIN SITIO / Pero el más bravo y completo de los seis toros del encierro fue el que abrió plaza, un precioso castaño con el que David Mora se empleó lo justo y necesario, en un trasteo tan correcto en las formas como falto de intensidad en el fondo y sin apurar la muy buena condición del de Jandilla. Ya con el cuarto, que, muy castigado en el caballo, tuvo aún menos fondo que el primero de Jiménez, Mora pasó pronto desapercibido.