Nunca pudieron sospechar los Hermanos Marx, que una rápida réplica, de las muchas que siembran de agudo ingenio sus películas, iba a convertirse en la definición más icónica de la palabra que viene arrasando en todos los ámbitos comunicativos. De Sopa de ganso pueden recordarse montones de cosas... Sobre todo la antológica y tantas veces imitada secuencia en la que Harpo trata de convencer a Groucho de que es su propia imagen reflejada en un espejo inexistente. Pues bien; solamente un poco antes, en una escena de enredo total, Harpo, que se ha hecho pasar por Groucho, abandona el dormitorio de Margaret Dumont cerrando la puerta. Aprovechando que la dama se vuelve para desvestirse, Chico, disfrazado de igual modo, sale de debajo de la cama, momento en que ella lo sorprende exclamando: «¡Pero si acabo de verle salir por esa puerta con mis propios ojos!». La réplica se ha convertido hoy en una de las mejores definiciones de la postverdad: «¿Y a quién va a usted a creer, a mí o a sus propios ojos?».

Informativamente las fake news no son nada nuevo. Tienen una larga trayectoria en la Historia del Periodismo. Lo que les confiere una nueva dimensión son los mecanismos con los que en la actualidad se propagan y el contexto en que lo hacen. Y toda la gama de nuevos términos e iniciativas a que están dando lugar. Así la preverdad como algo establecido previa e independientemente de que los hechos la confirmen, o la prementira (que con cierto humor se asimila a las afirmaciones de los políticos en campaña). Surgen también en los medios secciones dedicadas a desmentirlas (sobre todo cuando ellos mismos las han aceptado como verdaderas). Y hasta se propician debates lingüísticos sobre los prefijos. Hace pocos días un medio nacional hablaba del posterror. El contexto no dejaba lugar a dudas, pero fuera de él, o en una conversación, post/error suena igual que pos/terror. Y atentos al vocablo postcensura. Otro dato: en Estados Unidos los milennials, buscando mayor calidad informativa, no solo están haciendo aumentar las suscripciones de pago a las versiones digitales de los grandes diarios tradicionales, sino que también vuelven a las de papel. El Brexit, la campaña de Trump y la de los independentistas catalanes ya se estudian como producto de «grandes ( e inquietantes) mentiras». Y lo que queda por recorrer. Habremos de ver en el futuro como se cuenta el prusés.

Pero la cosa da más juego. Resulta que Richard Thaler actual premio Nobel de Economía lo ha sido por sus trabajos analizando cómo los comportamientos psicológicos priman sobre los racionales en las decisiones económicas. Algo que suele denominarse economía del comportamiento. En concreto los atribuye a una racionalidad limitada, la percepción de justicia y la falta de autocontrol. Y aquí también hay un film de referencia estrenado hace un par de años : La Gran apuesta donde se aborda la gestación de esa crisis de la que aún no acabamos de salir. En él Thaler hace un cameo explicando a la cantante Selena Gómez cómo el síndrome de la hot hand (buena racha) nos hace seguir apostando, queriendo creer en patrones o elementos contra todo raciocinio , hasta que inevitablemente pasa lo que pasa... En este caso es una frase de Mark Twain la que sobrevuela la cinta: «No es lo que desconoces lo que te mete en problemas. Es lo que sabes con seguridad pero no es cierto».

Sobre todas estas consideraciones y muchas más derivadas de ellas han debatido hace unas semanas en la Universidad de León los responsables de comunicación de los campus españoles durante unas jornadas en las que tuve ocasión de participar. ¿Medidas a tomar? Básicamente las del buen periodismo: contrastar informaciones (es sabida la máxima: si tu madre te dice que te quiere procura contrastarlo en otra fuente), rectificar los errores en la misma medida en que se han propagado y dejar en evidencia las fuentes de intoxicación

Una ¿reflexión?, ¿anécdota?, final. Durante la sesión de clausura varios alumnos de secundaria asistieron al coloquio. Y alguien me pidió que les explicase un poco «que es eso de la postverdad». Fue la señal de partida para que toda una panoplia de teléfonos móviles se desplegara desde sus bancadas. Lo que siguió tuvo la espontaneidad, la cadencia y el hipnotismo con que evolucionan las bandadas de estorninos en otoño. Luces, pantallas y brazos en alto moviéndose al unísono en función de la posición de cada interviniente. Y, quizá sea imaginación mía, pero en algún momento llegué a sentir que eran los teléfonos los que tomaban el mando de los brazos, ansiosos por identificar --¡al fin!-- como postverdad ese cúmulo creciente de extraños mensajes almacenados en sus memorias. ¿Qué tendría de particular? ¿Acaso no sueñan los androides con ovejas eléctricas?

¿Percepción extrasensorial? ¿Estrés de moderador? No sé. Intentaré conversar con mi móvil, a ver qué me cuenta.

* Periodista