Los políticos, esos seres en los que depositamos nuestra confianza para que nos representen a nivel local, regional, nacional y europeo caminan a veces sin pudor en sus expresiones porque algunos de ellos ni tienen sentido del ridículo ni de la vergüenza, sencillamente porque desprecian cuanto ignoran. Y suelen ignorar mucho el concepto de cultura. Recientemente, una representante del pueblo decía a la prensa mientras hacía campaña que cultura es traer a los chinos a Sevilla para enseñarles la Giralda, porque eso genera mucho turismo. Y cosas así. Es un problema tanto de falta de sensibilidad como de ignorancia. A nivel lingüístico esa misma persona ignora, o, al menos lo parece, que en España existen lenguas como el castellano o español, hablado por el 89 % de la población; el catalán-valenciano, que alcanza el 9%; el gallego, que lo habla el 5%, y el vasco, que lo habla el 1%. Eso es todo amiga. Lo demás pueden ser «acentos» o hablando con más propiedad científica, modalidades dialectales. Es decir, las peculiaridades del español de Córdoba, que se distingue del español de Cádiz por el seseo y el ceceo, respectivamente, entre otras muchas características, estarían en eso que usted llama «acentos». Pero el catalán, el vasco y el gallego son idiomas. En España hay una riqueza de modalidades dialectales maravillosa.

Y dejemos en paz a los políticos y hagamos que estudien y amen, al menos, su lengua y su cultura. Si de mí dependiera los sacaría de sus instituciones cada cinco años y los pondría a estudiar Latín, Griego, Árabe, Historia, Geografía, Filosofía, Lingüística, Literatura, Inglés, Francés, Alemán, Chino, Ruso para darles un poco de brillito y reciclaje. Y el que no quisiera estudiar que volviera a su antiguo trabajo si es que lo tuvo alguna vez, y si no, al paro, que después de dos años de cobrar un máximo de 1.200, se puede percibir 426 euros de ayuda y hacerse uno de oro con tal capital del Estado.

Bueno, y ahora que tanto se habla de líneas rojas en política internacional, en ataques con bombas termonucleares o atómicas y con misiles a cientos de kilómetros, hablemos de nuestras líneas rojas, las de la gente que se dedica a la escritura, a expresarse a través de la palabra escrita. Sí, porque hay una palabra escrita y otra coloquial, aunque sea la misma. Hay un matiz muy importante antes del establecimiento de reglas: debemos estar orgullosos de nuestro idioma, del español que forma parte del orbe hispano. Las diversas academias existentes en el mundo en torno al español se reúnen y deciden, construyen y reforman el diccionario, la gramática y vigilan para que no se crucen las líneas rojas. El lema es que uno puede platicar (uso mexicano del término) desde las diversas modalidades dialectales, pero la escritura es única para todos.

Pensemos que hay cerca de 560 millones de personas que hablan español en el mundo. Un total de 141 millones de mexicanos lo emplean y más de 41 millones de personas lo tienen como idioma nativo en Estados Unidos. Le siguen Colombia, con 48; España con 47; Argentina con 42, sin olvidarnos de Perú, Venezuela, Chile, Ecuador, Guatemala, Bolivia, Cuba, etcétera, hasta llegar a Guinea Ecuatorial, Marruecos y a muchos países del mundo. En la época del Gobierno de Felipe González nació el Instituto Cervantes, con sede central en Madrid, y hoy ubicado en más de cuarenta países. Allí, profesores abnegados enseñan un español rico, junto al personal que se dedica a la divulgación de la cultura hispanoamericana. Durante varios años tuve el orgullo de ser director de uno de ellos, en Fez, una emblemática ciudad de Marruecos.

Que nadie piense hoy día que el habla es más perfecta en Valladolid o Salamanca. Cualquier habla hispana suena fantástica y enriquece el lenguaje. ¡Qué bien se escucha a un canario, a un andaluz, a un chileno o a un mexicano! Y qué me dicen de los argentinos o de los cubanos. Esa es la grandeza del español, su variedad y su riqueza, la invención de vocablos que finalmente acaban regulados en el diccionario de la RAE. Cuando veo esas construcciones escritas del tipo «Nos estamos viendo mañana» en lugar de «Nos veremos mañana» y barbaridades así, de influencia anglosajona, me dan ganas de llorar. Hasta los músicos han puesto el grito en el cielo en Hispanoamérica quejándose de la intrascendencia de las letras de las canciones. No le demos patadas a nuestra lengua, pues forma parte de nuestro patrimonio cultural común, cuidémosla con la lectura de nuestros clásicos y no me refiero solo a Cervantes, sino a Carlos Fuentes, García Márquez, Borges, Cela, Torrente Ballester, Carpentier y a todos los demás.

* Periodista y escritor