Tiene 46 años, vive en un país de América del Sur y todos los años regresa a casa por Navidad, siguiendo al pie de la letra aquel anuncio del turrón con el que una vez lloramos. Esta cordobesa no necesita los datos del Instituto Nacional de Estadística para tener hecho, desde hace tiempo, su diagnóstico: «Allí, cuando voy por la calle, me siento como una vieja, porque vayas donde vayas te rodean personas mucho más jóvenes, niños, adolescentes, treinteañeros... cuando vuelvo a Córdoba, de repente me siento como si fuese joven, porque, al pasear, la mayor parte de la gente con la que me cruzo es mayor que yo». Así lo cuenta, y así lo certificó ayer el INE, al señalar que, por primera vez, son más las muertes que los nacimientos en España, ese país que cuando consiga tener aire acondicionado en todos los colegios ya no tendrá chiquillos para llenar las aulas. Solo en Madrid, Murcia y Baleares (además de Ceuta y Melilla) han nacido niños suficientes como para reponer a los habitantes que fallecen, un saldo vegetativo positivo tan escuchimizado que, desde luego, no será suficiente para el pago de las futuras pensiones. Ya inventaremos algo, o igual ya se encargará Donald Trump de desatar la guerra mundial para que muramos a millones y no haga falta. Lo que dice la estadística es que España está perdiendo población, y en Córdoba el porcentaje es superior, con 3.160 nacimientos y unas 4.000 defunciones entre enero y junio de este año. Así que, ya ven, estamos más muertos que vivos por muchas luces de Navidad que nos coloquen.