¿Quién podría levantar un edificio en la zona de Dobrinja, la parte de la ciudad de Sarajevo más castigada, mientras era bombardeada por el fuego artillero serbio del general Mladic? La mayoría diríamos que era imposible. Pero no todos lo creerían así. Existen empecinados que remontan los ríos a contracorriente, cual salmones, impulsados por su destino genético de perpetuar la especie desovando en los más altos confines.

En España se pasea hoy por todas las televisiones un hombre de esta encarnadura, se llama Pedro Sánchez y está decidido a formar un gobierno reformista y de progreso que comience a cerrar las graves heridas de dolor y pobreza que nos trajeron la crisis y quienes la administraron.

Para entender mejor la determinación rocosa de este político, conviene no perder de vista que algunos de sus compañeros muy poderosos le sometieron a tal cañoneo estas navidades que a punto estuvieron de tumbar ese puente de Mostar (hoy va de símiles balcánicos) que comunica las diversas almas socialistas y llevarse con sus ruinas el futuro de este partido arrastrado por las frías y vivísimas aguas de su particular Neretva.

Con estos costurones repartidos por todo el cuerpo se propone afrontar el desafío mayor de su vida hasta el momento: convencer a españoles de diferentes generaciones, escuelas e intereses que merece la pena ponerse de acuerdo en unos mínimos sobre cómo gobernar esta tierra llamada España que tan ajada esta.

La mayoría le cree un iluso, que pudiera ser, aunque los más venenosos manifiestan que todo lo que hace es consecuencia de su desmedida ambición. Y aquí conviene detenerse para insertar un corchete: ¿criticamos al torero por ser valiente o al alpinista por temerario? La ambición que no destruye al otro es el motor de los hombres que no se resignan a ser vencidos. Y Pedro Sánchez parece ser uno de estos.

Hasta el momento es el político en punta que menos ha descompuesto la figura: no ha desfigurado su discurso y cometido pocos errores (quizá incorporar con nocturnidad y apremio a una militar y una civil en las listas al Congreso por Madrid, quizá utilizar en ocasiones el mismo zurriago autoritario que sus críticos).

En pocas semanas tendremos noticias concretas de cómo quedó el cuerpo de este pistolero que se defiende como el John Wayne de La Diligencia de todas las tribus indias (a izquierda y derecha) que le atacan con total crudeza. Si sale vivo de este círculo de carretas ametralladas, o sea presidente del Gobierno, sabremos que tenemos un político de largo aliento; aunque si no logra la investidura puede que unas irremediables nuevas elecciones le retribuyan el esfuerzo.

* Periodista