Se ha hablado tanto ya de Cántico y la primera noche cenital, tabernaria, de la nueva revista puesta en pie sobre la oscuridad plúmbea del tiempo, que corremos el riesgo de pensar que conocemos realmente a ese joven grupo de poetas, a Ricardo Molina, a Julio Aumente, a Juan Bernier, a Mario López y a Vicente Núñez, a Pablo García Baena. Sus sombras alargadas cobijan una edad que todavía podemos descubrir en los poemas, en una pulcritud henchida en las imágenes, en esos pasadizos ocultos entre todas las rutas interiores, cuando la claridad era Trassierra en una mañana de domingo, y también el temblor dorado de la copa en el último brindis. Se ha hablado mucho y se hablará de esta generación de poetas cordobeses porque no ha vuelto a haber otra, ni siquiera parecida, de tan buenos amigos y excelentes poetas, y es más que probable que tampoco vuelva a haberla. Góngora hay uno, señores. Y Cántico también.

Celebrar a Pablo García Baena, como se ha hecho en Madrid estos días, es celebrar a Cántico: no sólo por la cronología, sino porque el propio Pablo lo ha querido así. No conozco a ningún otro poeta como él, que siempre que recibe otro laurel se acuerda de todos y cada uno de ellos, sus compañeros en la revista, en el grupo y la vida, recitando sus nombres como una letanía que les vuelve presencia asimilada en el poema vital que Pablo continúa escribiendo, con esa rama fiel de una memoria que recorrer y habitar, porque respira dentro de nosotros. Resulta habitual ver a un poeta frente a su vanidad, sin acordarse más que de sí mismo, o de sí misma, con la mirada altiva de quien cree planear sobre el abismo. Pero es que toda vida es un abismo sostenido en las palmas de los otros, que nos llevan y abrazan en la escritura íntima, silenciosa de horas; y por eso citar todos sus nombres no es generosidad únicamente, sino también una sabiduría que respira en el tiempo de quien los va dejando atrás, aunque los sienta aquí.

Así fue en el Instituto Cervantes de Madrid el pasado martes, cuando Pablo García Baena recibió un homenaje de algunos de sus amigos poetas, convocados por la Fundación Loewe, y volvió a recordar todos y cada uno de los nombres de Cántico. De Cántico se habló, y mucho: de aquel desierto mudo de posguerra, de la oficialista revista Garcilaso , de la social Espadaña , de la continuidad de la revista Cántico con el lujo verbal del 27, de aquella soledad que era mirar a Góngora en el tiempo por encima de las circunstancias. Luego les llegaría el olvido y también el rescate, décadas después, de los novísimos. Todo esto es bien sabido, aunque no viene mal que sea recordado por sus protagonistas. Pero más allá del relato, ¿qué geografía ofrecen los poemas de Pablo?

Un territorio vivo, de sonoro fulgor, que es un mundo autónomo y exento, que nos anima a vivirlo con los cinco sentidos del lenguaje, reconvertido ya en una experiencia sensorial de los cuerpos, con su constitución de esplendor y belleza y también su propia música interior, de instrumentos verbales afinados por Gabriel Miró y la difuminada esencia del paisaje con Marlene Dietrich al fondo, plateada en la ribera. Córdoba es un espacio simbólico en la poesía de Pablo García Baena, en La calle de Armas o La huerta de la Cruz , porque podemos cruzar el río de Córdoba para encontrar su argentería fenicia y también el espejo intemporal de nuestro rastro de hoy.

Lo que ha sido, será. También la gran poesía, ese acercamiento a una ciudad mítica, que es también pasado y es futuro, que es ese misterio musitado en la ventana tibia de un violín, algo más selvático en Sansueña, y toda una verdad fundacional, como si fuera un alumbramiento que nos hace sentir, por un instante, al leer Sueño de Adán , que somos el primer hombre de la creación, con la nueva costilla de su arcilla verbal.

Génesis del lenguaje, poesía para ser leída con los cinco sentidos, para ser respirada y habitada, por largos corredores entre Delfos y el mundo, escuchando a Chopin en el bosque de Sandua. Más allá de la vieja y nueva dicotomía entre poesía social y preciosista, ¿hay mayor plenitud que haber tocado un nuevo territorio de verdad, con una perfección de la voz y el espíritu? En la infinita ínsula de Pablo, la humanidad se eleva sobre la libertad de la belleza. Siempre nos llegarán noticias de esa Córdoba brillante, que se habrá mantenido exacta y pura, eterna, dentro de las fronteras del lenguaje.

* Escritor