El día que llegó Mario Draghi a Madrid a decirnos lo bien que lo estábamos haciendo, a los senadores y otros altos representantes de la cosa pública les prohibieron que utilizaran los móviles, las cámaras y las grabadoras, ya que, como es sabido, a los jefes que pagan (que somos nosotros) los subordinados (o sea ellos, que cobran de nuestros impuestos) hay que sisarles y ocultarles información. El mundo al revés o al derecho, según se mire. Por supuesto, nuestros representantes escucharon la advertencia como quien oye llover y las palabras de Draghi pueden encontrarse, con imagen y todo, en Youtube. Ahora le toca el turno a los papables, a la Curia; hoy martes se reúnen en cónclave y les hacen un barrido electrónico para que no salgan imágenes ni sonido desde la Capilla Sixtina. Lo de los barridos electrónicos lo conocíamos de cuando Albania era Albania, y ahora en Corea del Norte (saludos, M. H.), pero hacerlos en el Vaticano es presuponer que alguno vaya a pecar de desobediencia, y eso sería tan grave como esos otros pecadillos inconfesables que los cristianos de a pie no les perdonamos en la tierra porque a lo mejor alguien se los perdona en el Cielo. Si añadimos al barrido electrónico la chimenea esa cutre que parece una chapuza de bombona de butano que les han instalado en la sala para el tema de las fumatas, vemos que estamos inmersos en una especie de sincretismo tecnológico que desborda lo religioso. Ya puestos, que los doten con un tam-tam para transmitir el resultado. Lo que está claro es que, ocupemos la cúpula del poder o de la Iglesia, ni al presidente ni al espíritu Santo obedecemos.

* Profesor