Hay algo en la historia que no es como nos contaron. Bien por pereza intelectual, indolencia o intereses ideológicos, el caso es que la historia de España se conoce bastante mal entre la mayoría de sus hijos que ha supuesto cargar con el sambenito de la Leyenda negra, el salvajismo rampante de la conquista de América o la inmisericorde Inquisición. Estos pecados de nuestros antepasados, la poca lectura y los débiles planes de estudio han contribuido a tomar como verdades absolutas todo lo feo y horrible que se ha dicho de nuestro país. Nació tal leyenda en Italia por nuestra mezcolanza con judíos y moros, y fue con la llegada de los Borbones y el deslumbramiento de lo francés cuando hizo furor; y luego, tuvo su mármol y consagración con los intelectuales de la generación del 98 rozando el histerismo de la autoflagelación por los males de España. Malentendidos que viene a remediar María Elvira Roca, historiadora malagueña, que en su libro “Imperiofobia y leyenda negra” (Siruela) corrige tantos errores de la historia y más, porque el tirón que está teniendo esta obra, además de abrirnos los ojos y azuzarnos el espíritu crítico esta contribuyendo al fomento de la lectura pues se lee como una novela. Así lo reconocen las listas de libros más vendidos. Cuenta nuestra historia al estilo de los historiadores norteamericanos, con datos y fechas, con vehemencia, sin concesiones, beligerante en lo que no está dispuesta a transigir, como por ejemplo considerar a los protestantes mejores que los católicos. Así cuenta como Calvino, inmortalizado en su descomunal monumento de Suiza, despachó a mucha más gente que nuestra Inquisición: en una ciudad de 10.000 como era entonces Ginebra, liquidó a quinientas personas en un periodo de diez años. Para lograr esta proporción la Inquisición española hubiera tenido que matar un millón de personas por cada siglo. Y Lutero, el gran reformador, persiguió a los judíos con una inquina que algunas historiadores le consideran un precedente del antisemitismo nazi. O la reina Isabel de Inglaterra, con la que era obligatorio asistir a misa por el rito anglicano, y no acudir se paga con latigazos, prisión y hasta la muerte, mientras que Felipe II pasa la historia como el rey oscurantista. Ay, si leyéramos más, o algún ministro tuviera el valor de hacer obligatoria la lectura del libro de Elvira Roca en el bachillerato. Porque esa es la única forma de acabar con el aparato propagandístico que cayó sobre la reputación de España y los católicos como una losa imposible de levantar. No me extraña que la propia autora de este ensayo convertido en betseller diga que es un milagro que España siga existiendo. Aquí lo dejo: sigan ustedes leyendo.

* Periodista