Un 26 de diciembre de 2013 mi vida se paró en seco y ya no arranqué la última hoja del calendario de ese año... Con 30 años, una neumonía severa, dos infecciones más y unas expectativas de vida muy cortas, así terminé ese año.

La única opción... esperar... esperar para arrancar una nueva vida con unos pulmones muy cuidados por todo el personal sanitario, me costó pasar por la vida en UCI.

La falta de aire es una sensación angustiosa, el dolor lo puedes rebajar, la falta de aire no. Tienes que concentrarte para sacar fuerzas en esos angustiosos momentos, para intentar por todos los medios coger una bocanada más de aire.

40 días en una UCI en ese pulso con la vida, una tortura que los médicos intensivistas junto a todo su equipo intentaron amortiguar de día y de noche en ese largo y espinoso camino.

20 días con un respirador artificial sonando a cada momento, una especie de tortura... Lo que nunca imaginé que esa máquina respiraba por mí... nunca entendí qué pasaba, por qué no me podía mover en aquella cama...

Recuerdo aquella enfermera que aun sin poder beber agua, me daba agua para calmar mi sed, o a esa otra enfermera que sentada en mi cama me cogía las manos y me hablaba todas las noches, porque solo con una mirada sabía qué quería en cada momento. Aquel médico que me levantó la persiana para decirme «mira qué bonito está el día»...

Creemos que tenemos la vida asegurada, hasta que llega la enfermedad y te hace que pares tu camino.

En la UCI aprendí, peleé y lucharon por mí.

Me enseñaron que nada grande se ha hecho en la historia sin ilusión y esperanza. También me enseñaron que en las peores condiciones es cuando conoces a las mejores personas.

Con ellos aprendí que, aunque no se puede curar a todo el mundo, sí se puede cuidar a todo el mundo.

Aprendí que no le tengo miedo a la muerte (aunque te sople detrás de las orejas), sino al sufrimiento... Pero también perdí mi dignidad, se la di a los médicos, enfermos y auxiliares.

Pasado el tiempo... mi primer pensamiento al despertarme en la UCI fue «Bien, lo hemos conseguido», aunque aún quedaba un largo camino por recorrer.

En cada latido me repetía una y otra vez que me estaba armando desde mis pedazos y se llega a un punto en el que solo tenemos la esperanza y entonces descubrimos que lo tenemos todo... en el momento en que eres una enfermedad o eres el paciente del BOX 13, tu identidad como persona la dejas fuera.

Tuve la suerte de conocer a personas que tuvieron el coraje de acercarse al sufrimiento para transformarlo en salud. Aprendí que hay partidas que hay que jugar hasta el final, porque las batallas se ganan o se pierden, pero todas se pelean.

En esa habitación aprendí:

Que el tiempo es un ladrón que roba todo lo que no eres capaz de vivir, muchas veces tan muerto y otras tan necesario.

En esa habitación entendí que casi nada, a veces, es mucho.

A ese tiempo un diciembre y once meses más...

Porque en la segunda oportunidad, no tratas de ser tan perfecta. Todas las personas deberían tener una segunda oportunidad, para la vida, para el amor, para sonreír y para disfrutar.

Para todos los médicos, enfermeros, auxiliares y limpiadoras del Hospital de Montilla.

Para los rehabilitadores y psicóloga, que hicieron de un mal camino un sendero de esperanza.

Para todos mis familiares, amigos, conocidos y personas que se preocuparon por mí...

Todo el corazón en estas palabras, ojalá ayude a entender el grandioso trabajo realizado por los profesionales de la medicina...

También ayude a tantas familias y enfermos pasándolo mal en los hospitales, tantas lágrimas escondidas en las salas de espera... que esa tristeza, estas palabras, las conviertan en esperanza, en aliento para el enfermo y luz para los familiares.

Carmen Prieto Gómez

Aguilar de la Frontera (Córdoba)