En el Boletín de una institución a la que debió pertenecer por múltiples títulos en su rango más eminente se entera el anciano cronista del fallecimiento de uno de los historiadores más importantes del siglo XX español en su dimensión o área modernista. Para que en el lector no se albergue ni la más leve sospecha de ditirambo o exageración necrológica respecto a tal juicio, se advertirá que su emisor se vio contrariado, en días de radiante juventud, en su aspiración a obtener la cátedra de Historia Moderna Universal y de España de una universidad de la porción oriental del país, justamente por el voto adverso del ahora desaparecido estudioso de aspectos capitales del pasado nacional en su recorrido por la etapa imperial y la siguiente de la decadencia. De ahí que en estas líneas periodísticas prive hasta la obsesión el afán de objetividad al enaltecer como es debido a un universitario de personalidad envidiable por su absoluta y admirable entrega al alma mater en que transcurriera toda su vida académica, con frutos poco entrojables como maestro venerable de una cohorte de discípulos que conformaron tal vez décadas atrás la escuela de modernistas más destacada de un país como el nuestro, de muy rica diversidad y excelencia en temática tan esencial para el desentrañamiento de algunas claves capitales de su ayer.

Pues, ciertamente, el ha poco fallecido modernista mantuvo durante varios años un muy fructífero contacto con las principales figuras de los Annales y del modernismo francés, a la manera en particular del gran e inimitable Ernest Labrousse. En tal tramo de su laboriosa existencia se familiarizó estrechamente con las técnicas y metodología más avanzadas en el campo de la investigación. Utilizadas con suma pericia en el terreno propio de su especialidad -el análisis de las estructuras agrarias del Finisterre peninsular a lo largo de las centurias de la modernidad- ahincó a sus ejemplares discípulos -también, y muy en primer término, discípulas…- en el mismo surco, con resultado hasta ahora excelentes. La civilización española tiene profundas raíces agrarias y todo lo que se esculque e investigue en dicha área será siempre poco en orden a lograr la mejor radiografía de la identidad hispana.

Mas lejos de escoliar apresuradamente aspectos sustantivos de nuestra historiografía, el objetivo primordial del presente artículo es, aparte, claro es, de dejar constancia del sentimiento de dolor ante la muerte de un gran servidor de Clío y de la Universidad española, lamentar el espeso silencio cernido frente a aquella. En ningún diario de irradiación nacional, en ninguna revista del ámbito humanístico de nuestra cultura -¡tan enteco, hèlas, en España!..- se ha dado noticia de su desaparición. Una muestra más, sin duda, del pesaroso destino que parece amenazar hasta el desahucio el porvenir de una nación atrofiada en las fibras más sensibles de la responsabilidad histórica, de la que la gratitud hacia sus ciudadanos más señeros constituye elemento indispensable y vertebrador.

* Catedrático