Ayer comenzó el proceso de escolarización en Córdoba y en Andalucía, un momento adecuado para reflexionar sobre el concepto de educación. Si entendemos educación como el proceso de adquisición de hábitos y valores; e instrucción como la madurez a la que se llega a través de la aprehensión de conocimientos y habilidades, debemos establecer que la conjunción de ambos es un binomio que ha experimentado profundos cambios en los últimos tiempos y que oscila entre la preeminencia del ámbito familiar o la influencia ejercida por la escuela. Desde la supremacía que se otorgaba a esta última, matizada por una intervención a distancia en el hogar, hasta la progresiva implicación de las familias en la responsabilidad educativa de los hijos, se abre un amplio panorama. Parece evidente que cuanto mayor sea el vínculo entre familia y escuela mayor será el beneficio que extraiga el alumno. Debe establecerse una relación que otorgue confianza a los educadores profesionales, que genere una estimulación compartida del conocimiento y que se rija por una contribución paralela, entre ambos agentes, a la generación de valores como el respeto, la disciplina y la tolerancia. En cuanto a las familias, el escenario ideal es aquel que se aleja simultáneamente de la sobreprotección y la desidia. Hijos, por un lado, alumnos por el otro, son ciudadanos a la búsqueda de una formación integral en la que todos han de ser partícipes de la educación en hábitos y valores y de la instrucción en habilidades y conocimientos.