Hace poco había quienes, para elogiar la novela que habían leído, afirmaban que era como un guión cinematográfico, que su argumento podía ser trasladado sin dificultad al denominado séptimo arte. Recuerdo haber asistido en una ocasión a la presentación de un libro en el que uno de los elogios del presentador fue decir que merecía ser llevado al cine. Una persona entre el público dijo en voz baja, que solo escuchamos quienes estábamos a su lado, que sí, que quizá alguno de los asistentes fuese con la novela bajo el brazo a alguna sala de cine. Supongo, no obstante, que los novelistas no se mueven con ese objetivo, ningún escritor piensa cuando escribe su obra que su historia vaya a ser interpretada y vista por los espectadores, pues se trata de dos modos de narrar muy diferentes. Pero que yo sepa, hubo un caso en el que a un escritor le encargaron un guión pero prefirió escribir primero una novela y luego él mismo ser el autor del texto para el cine. Se trata de Graham Greene, y la novela (o la película) es El tercer hombre .

Quizás muchos la recordarán por la música de Anton Karas. El director, y coguionista, fue Carol Reed. La historia está ambientada en la Viena posterior a la II guerra mundial, cuando la capital austriaca estaba dividida en cuatro sectores: el británico, el soviético, el francés y el estadounidense. Allí llegó un escritor de novelas del Oeste, Rollo Martins (Joseph Cotten), pero que firmaba con el pseudónimo de Buck Dester; su objetivo era encontrarse con su amigo de la infancia, Harry Lime (Orson Welles), pero el día de su llegada coincide con el entierro de este, muerto en un extraño accidente. En el cementerio conoce a la novia de su amigo, Anna Schmidt (Alida Valli) y también al mayor Calloway (Trevor Howard). El argumento es muy conocido, pues Martins se entera de que en realidad su amigo estaba buscado por la autoridad por adulterar penicilina, lo cual había provocado unos efectos perversos, y asimismo descubre el mundo de relaciones que mantenía, hasta averiguar que no estaba muerto, que todo había sido una trama para esquivar a la policía. Al mismo tiempo, se enamora de Anna, una actriz huida de un país del Este y a la que investigan los soviéticos. Sin entrar en otros muchos detalles de la trama, baste con reseñar que al final Lime muere y es enterrado por segunda vez.

Una película magistral, que he visto varias veces, pero nunca había leído la novela, y lo he hecho hace unos días. Se ha tratado de una experiencia curiosa, pues lo normal es que vea películas basadas en una obra que he leído con anterioridad, pero no al revés como en este caso. A medida que leía no podía evitar ponerle a los personajes las caras de los protagonistas de la película, y comparar el relato de algunos capítulos con sus correspondientes escenas en el cine. Debo decir que en ambos casos he encontrado motivos para el disfrute y el elogio. Sin embargo, hay algo en lo que, por decisión de Greene, la película supera al libro. Ya sé que no se debe contar el final de una película ni de un libro, pero les aseguro que lo disfrutarán igual quienes no la hayan visto o leído. Es la escena final: Martins sale del cementerio acompañado por Calloway y le pide que pare el coche porque ve a Anna. De pie, con su cigarro en la mano, la ve llegar, pero ella no se detiene, continúa su camino sin mirarlo, mientras que de fondo se escucha la banda sonora. La novela tiene un final convencional, con Calloway como relator: "Le vi alejarse a zancadas detrás de ella con sus piernas demasiado largas. La alcanzó y caminaron juntos, no creo que dijera una palabra: fue como el final de una historia, salvo que antes de que giraran y se perdieran de vista la mano de ella cogió el brazo de él..., que es como suelen comenzar las historias".

*Catedrático de Historia