Hemos recordado el sábado pasado el décimo aniversario de la quiebra del banco de negocios Lehman Brothers como detonante de la peor crisis económica desde la gran depresión de 1929. La mayoría de los análisis han puesto el foco en los «excesos previamente advertidos» de aquellos años en los que se gestó el tsunami subprime siguiendo la tradición de los economistas de profetizar el pasado. Pero, la verdad, mientras la marea fue subiendo, las voces que advirtieron lo que se venía encima fueron bastantes menos de las que hoy reivindican que «ya lo habían dicho». Incluso, después, cuando hubo que reaccionar con resolución y determinación, al desconcierto se le llamó prudencia y a la lentitud, cautela. Y ocurrió lo que todos ya sabemos de sobra.

Tuvo que llegar el actual presidente del BCE, Mario Draghi, para actuar con determinación y resolución --claves del mejor liderazgo-- y demostrar con hechos sus palabras: «lo que haga falta» para defender el euro.

Hoy, diez años después, el programa de ayudas para salvar la economía europea, llamado Quantitative Easing, conocido por su acrónimo, QE, y que quiere decir que el BCE ha comprado activos y deudas públicas y privadas, ha alcanzado los 2,5 billones de euros --el doble del PIB español, una cifra colosal-- y llega a su fin. Los tiempos van cambiando por lógica y la «manguera» de dinero, o el gas de la risa como dice mi amigo Daniel Lacalle, no puede seguir siendo la muleta de unas políticas económicas necesitadas de reformas continuas para adaptarse a un futuro ya presente en el que conviven el desarrollo acelerado de la tecnología, la inteligencia artificial y el cambio estructural que representa, con la vista puesta en 2030 y los ODS, Objetivos de Desarrollo Sostenible, que representan la voluntad global de erradicar la pobreza, extender la paz y el bienestar y la protección y sostenibilidad medioambiental.

Si diez años han sido tanto y tan poco, los siguientes se presentan cuando menos apasionantes...

* Periodista