A cualquier persona nacida en esta tierra andaluza debería dolerle Siria. Córdoba, nacida en los siglos que se adentran en la protohistoria, tuvo la suerte de ser amamantada en su «crianza» histórica por dos madres extraordinarias que la hicieron cosmopolita y culta, colocándola en la cúspide de la historia: Roma, la capital que mimó e hizo de Corduba una de las colonias más sobresalientes del Imperio, y Siria, la dinastía Omeya que puso a Córdoba en el centro del mundo, «Ornamento del Mundo» y «Perla de Occidente» en palabras de la canonesa y escritora germana Hroswita de Gandersheim (s. X).

Desde hace siete años, una de esas madres de Córdoba está padeciendo el tormento de una guerra que aún no ha terminado. Siria, como madre descarnada, ha entrado en su octavo año del conflicto bélico con una cifra de muertos cercana al medio millón y que ha generado más de diez millones de refugiados.

Resulta evidente que Bachar al Asad, al igual que lo fue Sadan Husein, es un dictador que oprime y reprime a su pueblo. Pero no es menos cierto que las grandes potencias del mundo, amparadas bajo el paraguas de sus Estados democráticos y de derecho, no solo no buscan las soluciones para las gentes de esta parte del mundo, sino que son en gran medida causa de sus terribles problemas, generadoras de una mayor masacre y dolor para estos pueblos empobrecidos y machacados.

Estados Unidos, Reino Unido y Francia han lanzado recientemente una ofensiva conjunta con alrededor de 100 misiles contra posiciones de Bachar al Asad, como represalia por un presunto ataque químico del que culpan al gobierno Sirio. Se produce justo cuando los inspectores internacionales iban a investigar el uso de armas químicas. ¿A qué se debe la prisa? ¿No podían haber esperado al dictamen de los inspectores internacionales? ¿Estaremos asistiendo de nuevo a la mentira de hace quince años basada en la teoría de «las armas de destrucción masiva»? De manera repentina, a Teresa May, a Emmanuel Macron y a Donald Trump les preocupa el pueblo sirio. Soy de la opinión de que los sucios intereses de la economía de la guerra y de la economía de mercado vuelven a entrar en acción. El mismo líder laborista británico ha condenado la acción al asegurar que las «bombas no salvan vidas, no traen paz» añadiendo que el Gobierno del Reino Unido debería ejercer un liderazgo en favor del cese al fuego en la nación árabe, y «no tomar instrucciones de Washington».

Nuestro Gobierno, mientras tanto, no solo aplaude las acciones de los poderosos, sino que sigue poniendo a su disposición nuestro suelo para que las bases militares estadounidenses sigan abasteciendo de barcos y aviones de guerra sus acciones militares. Todo un clásico.

Estos poderosos del mundo, que alardean de defender a los pueblos a base de bombardeos, condenan al mismo tiempo a las personas solidarias que luchan a diario por los derechos humanos. Es el caso del barco de la ONG española Proactiva Open Arms, secuestrado en Sicilia por las autoridades italianas por ayudar a refugiados que tratan de llegar a Europa, el caso de Helena Maleno, española, acusada por el gobierno marroquí, tras un informe de la policía española, y cuyo delito es alertar a los servicios de salvamento cuando las vidas de los inmigrantes corren peligro en el Estrecho. También es el caso de Cédri Herrou, agricultor francés, acusado por ayudar a unos 200 inmigrantes a atravesar la frontera entre Francia e Italia, y de Lisbeth Zornog, escritora danesa, acusada de haber ayudado a una familia de refugiados sirios a llegar a Suecia. Y no puedo olvidarme del caso de los bomberos españoles, acusados de tráfico de personas, cuando se estaban jugando sus vidas en las tareas de rescate de refugiados en la isla de Lesbos.

¿Por qué estos gobiernos en lugar de bombardear y generar más muerte no ayudan a todas estas personas solidarias, por qué las persiguen y las condenan? Quizás porque ponen rostro y voz a los/as desesperados/as, porque gritan ante el mundo que los corazones de quienes nos gobiernan están anidados por víboras y sus almas son como sepulcros blanqueados, como dice el evangelio de Mateo en su capítulo 23. Urge una nueva generación política y ciudadana de hombres y mujeres que apuesten por los derechos humanos.

* Profesor