El fuerte proceso de cambio ocurrido en nuestro país en los últimos cincuenta años y las crecientes dinámicas de interacción rural-urbana, han dado lugar a la convergencia entre el medio rural y el medio urbano. Esto ha hecho que se haya superado el tradicional discurso que anteponía una España rural (símbolo del atraso, la pobreza y el aislamiento) y una España urbana (símbolo de la modernidad y el dinamismo cultural).

Eso no impide reconocer lo rural como algo específico, como un espacio geográfico cuya singularidad radica en la existencia de municipios de tamaño relativamente pequeño (menos de 10.000 habitantes) y de un hábitat disperso y de menor densidad poblacional (menos de 100 hab/km2), en contraste con las aglomeraciones urbanas. Los espacios rurales continúan marcados, además, por la presencia dominante del paisaje natural y por una intensa interacción de la población rural con la naturaleza, debido sobre todo al predominio de la actividad agraria.

Un ruralismo revisitado

Sin embargo, está surgiendo ahora un nuevo discurso ruralista de la mano de algunos trabajos periodísticos (como el de Sergio del Molino con su libro La España vacía), de reportajes televisivos (como el titulado Tierra de nadie del programa Salvados de Jordi Evole) o de algunas obras literarias (como las novelas de Julio Llamazares, la de Francisco Cerdá Los últimos o la más reciente de López Andrada El viento derruido).

A diferencia del viejo discurso ruralista, y ante la imposibilidad de mantener hoy la idea del atraso y la pobreza como rasgo del medio rural, dada la evidente mejora que se ha producido en las condiciones de vida de la población que vive en esos territorios, los que reactivan actualmente el ruralismo lo envuelven ahora en el manto del despoblamiento y el abandono de algunos pueblos rurales, responsabilizando de ello a los poderes públicos.

Es verdad que la diversidad del medio rural español es tan grande, que siempre es posible encontrar pueblos o territorios abandonados que den pábulo al periodismo de denuncia bien intencionado o a cualquier construcción literaria inspirada en la nostalgia del pasado o en el sentimiento del paraíso perdido, como forma de compensar el malestar de la vida en la gran ciudad. Tales escenarios literarios son marcos de libertad creativa que no tienen por qué ser representativos de nada, ya que su misión es servir al objetivo final del artista. Hasta aquí nada que objetar al nuevo discurso ruralista revisitado por estos escritores.

El problema es cuando una categoría literaria o periodística aspira a pasar del terreno de la ficción o de la simple denuncia, y quiere convertirse en la expresión realmente fidedigna de una realidad social. Para ello, es necesario ampliar el análisis, asumir la diversidad de los hechos sociales, comparar situaciones y apoyarse en datos empíricos sólidos, que es lo que se suele hacer en el ámbito de las ciencias sociales.

El citado programa de Jodi Evole o el libro del mencionado Sergio del Molino, representan, sin duda, una llamada de atención, una toma de conciencia sobre los problemas de los pequeños pueblos rurales y de las zonas más interiores de nuestra ruralidad.

Pero no podemos evitar cierta incomodidad por lo que significan de simplificación de una realidad que es mucho más variada y compleja de la que se muestra en esos trabajos. Nos preocupa que, poniendo el foco de atención en los casos más llamativos y de más potencial dramático, se esté dando una imagen distorsionada del medio rural español ignorándose amplios territorios cuyos problemas no son los del despoblamiento y el abandono, sino de otra índole.

Como señala García Alvarez-Coque, en su artículo Serranía Celtibérica, publicado en Agronegocios el pasado 16 de abril, no debería interesarnos sOlo por qué, en lo que llevamos de siglo, más de un millar de municipios de esa comarca han perdido población, sino por qué se ha mantenido o incluso ganado población en más de 2.000 localidades.

El despoblamiento como parte de la agenda política

Es un hecho que existen pueblos vacíos y abandonados, tal como lo ha señalado el informe de la Federación Española de Municipios y Provincias, que sitúa en 4.000 el número de municipios en riesgo de extinción a corto y medio plazo. Ya la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural (diciembre de 2007) identificaba 105 comarcas "a revitalizar” por tener serios problemas reales de despoblamiento, y otras 84 comarcas calificadas de “intermedias” por estar en riesgo de abandono.

Es verdad que no es lo mismo hablar de municipios vacíos y abandonados, que de comarcas despobladas, pues en estos temas la escala importa, pero nadie en su sano juicio puede negar la evidencia de este problema. De hecho, el problema del despoblamiento en la España rural ha entrado en el debate político, y eso es también una buena noticia.

El Senado ha creado una Comisión Especial sobre este tema, y en la VI Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas se acordó la elaboración una Estrategia Nacional a ese respecto, dando lugar a que el Gobierno Rajoy creara un Comisionado presidido por Edelmira Barreira.

Un mundo rural diverso

Sin embargo, además de las comarcas y municipios inactivos y en riesgo de despoblamiento, existen en nuestra geografía muchos otros territorios rurales donde viven agricultores que se esfuerzan diariamente por sacar adelante sus explotaciones, luchando contra la pérdida de rentabilidad de la agricultura, la imposición de los precios agrícolas por parte de las grandes cadenas alimentarias, la debilidad de las fórmulas asociativas, el relevo generacional en las explotaciones agrarias, los efectos negativos del cambio climático, la erosión de los suelos, la escasez de recursos hídricos...

Y existen también territorios que son hoy un ejemplo de dinamismo social y económico y de innovación. Nuevos agentes económicos encuentran en los pueblos rurales ventajas competitivas para el desarrollo de proyectos empresariales, así como jóvenes emprendedores aprovechan los espacios rurales como oportunidades de negocio en ámbitos muy diversos (el ocio, las actividades recreativas, la artesanía,…).

Asimismo, profesionales de los más variados oficios (carpintería metálica, escayolistas, alicatadores, electricistas,…) residen en sus pueblos, y gracias a la mejora que han experimentado las infraestructuras viarias, se desplazan diariamente a los núcleos urbanos para desarrollar las actividades que le son propias.

Conclusiones

Hay, sin duda, territorios vacíos y despoblados en la España rural que requieren ser tratados con planes específicos de desarrollo con la finalidad de intentar reactivarlos. Pero en no pocos territorios continuará el proceso inexorable de despoblamiento de sus pequeños municipios sin posibilidad alguna de invertir esa tendencia, por lo que, en estos casos, puede que no tenga sentido volcar esfuerzos y recursos en reactivar algo que está condenado a desaparecer por la ley de los tiempos que le ha tocado vivir.

No se puede aspirar en España a mantener viva una estructura de municipios que procede de la Edad Media y que nunca ha sido objeto de una ordenación racional y moderna, a diferencia de lo que se ha hecho en otros países de nuestro entorno.

En un contexto de recursos públicos escasos en el que hay que establecer prioridades, es preciso definir en cada tipo de espacios rurales las estrategias que se consideren más adecuadas. En unos casos, pasarían por emplear recursos para avanzar en el proceso de modernización de la agricultura, promover el relevo generacional, impulsar los modelos asociativos y favorecer la renovación formativa de los agricultores para que estén más capacitados para acceder al mundo digital y de las nuevas tecnologías.

En otros casos, habrá que diseñar estrategias integrales de desarrollo, que faciliten la interacción rural-urbana, la diversificación de actividades (agrarias y no agrarias), la instalación en el medio rural de nuevos emprendedores...

Habrá también territorios rurales en los que la fuente de supervivencia de las familias que en ellos residen descansa en los ingresos obtenidos de manera temporal por la afluencia de visitantes en determinadas épocas del año (fines de semana y/o periodos vacacionales), debiendo para ello ser apoyadas en la habilitación de las casas para que sirvan de acogida a esos esporádicos visitantes.

Pero habrá, como he señalado, territorios condenados sin remisión al despoblamiento, en los que sólo cabe aplicar medidas paliativas para que, en consenso con las poblaciones locales, ese proceso se produzca con el menor daño posible para los que allí viven.

(Una versión más amplia de este artículo puede verse en el Anuario 2017 de la Fundación de Estudios Rurales)

* Profesor de Investigación. Catedrático de Sociología del IESA-CSIC

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