En el artículo aludido al final del precedente de esta serie, su, por lo demás, brillante y buido autor se detenía morosamente en la atribución de adjetivos condenatorios a la muy extensa y no menos envidiable obra de D. Pedro Laín. Aunque el conocimiento del maximalismo doctrinal del discurrir de la cultura española contemporánea fuese, por el autor de España como problema, mucho y las heridas y cicatrices sufridas o experimentadas en su dilatada biografía intelectual numerosas, la crítica mencionada le habría provocado, de detectarla en vida, gran dolor. No en balde depositó inmensas esperanzas en la génesis, aparición y primer --y espectacular-- desarrollo del diario madrileño convertido por tirios y troyanos en insignia y cifra de las generaciones advenidas a la vida pública tras la muerte de Franco. Los mayores y más queridos de los anhelos acariciados por el antiguo rector de la Universidad de Madrid (1951-56) en la última singladura de su taraceada existencia radicaron en la implantación de un sistema democrático que cerrara de una vez el ciclo abierto por la excruciante contienda civil de 1936 con el paso definitivo a un régimen de libertades. Ilusiones, afanes y hasta dinero fueron puestos por el Laín de la «década prodigiosa» y el último franquismo a favor de una causa emblematizada por muchos de sus coetáneos en la aparición de un periódico, que no pocos de los hombres y mujeres de su generación veían como actualización esperanzada del famoso diario también madrileño El Sol, de corta e impactante existencia en la cultura y política nacionales.

Para la materialización de tal ensueño, D. Pedro, conforme acaba de recordarse, no ahorró ningún esfuerzo. Ya en la botadura misma del nuevo periódico su firma sirvió de caución intelectual a unas páginas de grandes aspiraciones literarias y hasta estilísticas. Preterida o postergada la de Julián Marías, ninguna otra firma como la lainiana aseguraba en el prestigioso elenco de sus colaboradores el talante e incluso, en no pocas ocasiones, el carácter y vitola orteguianos, perseguidos a todo evento por el hijo de D. José y auténtico deus ex machina de la flamante publicación D. José Ortega Spottorno, gran persona y escritor, no obstante su profesión de ingeniero agrónomo, de admirable prosapia. Aunque ya algo desvaídamente al final, durante un cuarto de siglo, hasta el término de su rica existencia, Laín se convirtió en asiduo y muy sobresaliente colaborador del diario de sus postreras querencias mediáticas. Con plena identificación con su programa y hoja de ruta, sus principales causas hallaron en Laín un propagandista y, llegado el caso, un defensor acerado e incondicional.

De ahí que, sin esfuerzo, pueda ahora fácilmente colegirse la dimensión de su amargura al verse objeto en sus páginas de los anatemas y descalificaciones de un autor cuya pugnacidad crítica y constante apología de una unitaria concepción de la identidad nacional precisamente en nada encocoraría al inolvidable autor de Una y diversa España... Y, quizás, fiel a su gusto por las controversias y también a su temperamento aragonés, no hubiese rehuido lanzarse por enésima vez a la palestra de la discusión de las grandes causas de la vida intelectual de su país, vuelta a enfrentarse en estos días con el tema capital de su visión y asunción de su pasado en clave de una unidad plural.

* Catedrático