La bandera es un sueño con la nuca despierta. Andalucía es su lento engranaje de horas, el desgaste infinito de una piedra caliza frente al mar espumoso, su mirada hacia atrás, un brindis nutrido de oscuros sedimentos, de su furia encendida, con su espeso silencio. Siempre ha habido y habrá quien se pregunte por su ser nacional: cada uno dispersa su tiempo como quiere. Explicar una cierta identidad de lo andaluz podría empezar por el poco interés de la indagación misma, porque ya se conoce bien lo que se es y no hace falta convencer a nadie. En otras latitudes, en cambio, esta preocupación es acuciante, como lo fue en la antigua Yugoslavia: qué somos y qué no, y qué nos diferencia. Es hermoso encontrar la singularidad del pensamiento, la herencia de un sabor, con su mapa biográfico. Pero Aristóteles nos enseñó que una idea de bien, o una identidad, poco puede decirnos de la actividad humana, que es fundamentalmente movimiento, energeia . Canta Patxi Andión: "Viajar es partir de uno / para intentar llegar al otro lado / que nos espera y alimenta". Somos viaje y somos movimiento, con una introspección aquilatada en su vapor de instantes extinguidos. Somos respiración de una latencia anterior a nosotros. Soy de Séneca como de Agustín de Hipona. Soy de García Baena y de Verlaine. Ser andaluz me ha enseñado a comprenderme en otras realidades, desde un sustrato hondo, más universal que los nacionalismos: una riqueza muda, segura de sí misma, intacta por sabida, sin jactancia y con porosidad para todo alimento del espíritu. Somos un yacimiento interminable, con su luz de la tierra.

* Escritor