La muerte nos va amueblando el futuro. Los queridos que se van nos aumentan el deseo de reencontrarlos algún día y nos prestan las diminutas tijeras con que la vida corta imperceptiblemente nuestras ataduras a este mundo, poquito a poquito. Hemos perdido otro amigo cuya ausencia contribuye a que el cielo se nos haga apetecible para cuando haya de ser que hacia allá caminemos. Rafael Hernando Fernández era un ser único, irrepetible, un hombre especial más allá del tópico. Pertenecía a esa casta de sabios y eruditos de los que su mejor carta de presentación era la modestia en vez de la vanidosa falsedad que suelen gastar otros. Escribía aquellas deliciosas Crónicas del Golfo en nuestro periódico jugando con las palabras, pues a los auténticamente inteligentes los define la ironía y el humor. Y no sé por qué se trajo aquel apodo de 'Golfo' de su vida universitaria madrileña, pues nunca conocimos a nadie más ecuánime, tranquilo, mejor conversador, tan respetuoso en la escucha como breve y claro en el discurso. Amante de la literatura; auténtico, oculto, desconocido y deliciosamente experto en cómics, cinéfilo, materialista dialéctico quizás más que científico, agnóstico y anarquista de los de corazón en la mano. Gozaba con el género negro y su último SMS me lo firmó como Doghouse Reilly, ahí es nada; un lujo su amistad y compañía, una pérdida insólita su pérdida. A partir de ahora las calles no serán las mismas sin su paso alto cubierto con aquella gorra a lo Sherlock. A partir de ahora nuestro decorado ciudadano será más vulgar, nuestro corazón más solo.

*Profesor