Me gusta esa expresión tan popular, tan castiza y tan repleta de cariño: «A poquito a poco». Solo oír esas palabras cuando uno se siente abrumado por una tarea ingente ya parece que se recobra la esperanza y la confianza. Incluso pienso que esa frase le viene como anillo al dedo a la política de la ciudad. Me explico:

Creo que los cordobeses estamos mal acostumbrados a lo sublime. A unos monumentos, a una presencia en Occidente y a unas personalidades históricas universales que nos ponen muy alto el listón. Aspiramos más a lo genial y asombroso que simplemente al trabajo bien hecho, que ni mucho menos es moco de pavo. Y ya saben lo que dice el refrán: «lo perfecto es enemigo de lo bueno». Nos gustan proyectos internacionales grandiosos en vez de sucesivas mejoras menos ambiciosas pero más realistas y útiles. Nos encantan palacios sureños y ciudades temáticas de Levante a Poniente, pero olvidando sacar partido a lo que tenemos o plantear sucesivas mejoras que vayan haciendo más útil y grande lo presente. Seguro que también a usted le viene a la memoria infinidad de proyectos abortados por buscar «lo perfecto» antes que «lo bueno».

Y sin embargo, ahí está la Mezquita-Catedral, que comenzó en el siglo VIII un cordobés inmigrado de Siria, Abderramán I, y que los cordobeses fuimos con los años ampliando, ampliando, ampliado... Coincidirán en que no nos quedó nada mal.

Eso sí, también trabajando por la ciudad a poquito a poco hay que esperar que no haya muchos cafres que se dediquen a poner palos en las ruedas a cualquier pequeña iniciativa (a los grandes proyectos las trabas ya les salen solas), todo ello por no ser el proyecto «perfecto y sublime» que «Córdoba necesita», pero para el que quien pone pegas no da una alternativa.

Y bueno... Si encima las administraciones destinasen a Córdoba el dinero que en justicia le toca por su población y, sobre todo, por sus esperanzas, capacidad y potencial... ¡Ya ni les cuento lo que podríamos hacer a poquito a poco!