Con tres meses de retraso, aunque gracias a la elección por parte de la Academia de Cine española para representar a nuestro país en la carrera de los Oscar -concretamente al de habla no inglesa- (la cosa estaba entre Abracadabra, 1898: Los últimos de Filipinas y esta producción en catalán, aunque aquí se verá doblada), por fin ha llegado a las pantallas cordobesas la delicada, tierna y elegante ópera prima de Carla Simón. Muy bien narrada, en Estiu 1993 se pone en escena el inmenso vacío interior que ha quedado alojado en lo más profundo de Frida (Laia Artigas se mete en la piel de este personaje con gran intuición y naturalidad, siendo ella el punto de la mirada de la cámara en todo momento), una niña de seis años que después de perder a sus padres (fallecidos tras contraer el virus del sida) ha de empezar una nueva vida en compañía de sus tíos (David Verdaguer y Bruna Cusi) y su prima (Paula Robles) en una casa rural, cerca de Barcelona donde viven sus abuelos, que la visitarán de vez en cuando, provocándose la correspondiente tensión narrativa entre los personajes que viven esta dramática situación de duelo en la familia.

La contención durante la práctica totalidad del metraje afecta no sólo a las interpretaciones, sino que incluso inunda el guión, resolviéndose con ínfimos detalles, pero con mar de fondo, mientras la vida sigue.

El filme, que fue galardonado en la última edición del Festival de Cine en Español de Málaga con la Biznaga de Oro a la mejor película (por unanimidad), demuestra que se puede hacer un cine sincero y con un estilo sencillo, sin estridencia alguna y valiente, sin grandes presupuestos. La verdad que desprende el relato que la directora saca de la experiencia vivida en carne propia y la mirada de la niña protagonista que nos remite a grandes obras de la historia de nuestro cine llegan directos al espectador sin necesidad de caer en sensiblerías.