Roland Dyens

Programa: Obras de Dyens, Tchaikovsky, Chopin, Sor, Piazzolla, Reinhardt, Villa-Lobos, Pixinguinha, Baden Powell y Satie

Cuenta Roland Dyens que él concibe y vive los conciertos como viajes en los que al partir no sabe qué escalas hará ni a qué lugar arribará. Será por eso que siempre los comienza con una improvisación, a partir de la cual se deja llevar por el lugar, el público, la acústica y el momento: está claro que él se abandona --y mucho-- a su cultura musical y su frescura, que lo --nos-- conduce por senderos en los que la musicalidad del guitarrista franco-tunecino y su fuerte presencia escénica redondean su actuación.

Desde el comienzo del recital del pasado miércoles, Dyens creó un ambiente intimista y un clima de complicidad con el público del Teatro Góngora que determinó totalmente el "viaje" para los que le acompañamos: cargado de sensualidad y delicadeza, libérrimo, tanto en el fraseo como en la forma en la que estira y comprime el compás, explorando una expresión tan genial como personal que no sería posible si no fuese poseedor de una extraordinaria técnica que despierta las más sanas envidias de los guitarristas del público --se podía escuchar en el patio de butacas el asombro de algunos de ellos--.

Dos obras del propio Dyens siguieron a la improvisación inicial, El mago y Vals de Los Angeles , obras a las que siguieron dos arreglos suyos; sobre la barcarola Junio de Las estaciones, Op. 37b nº 6 , de Tchaikovsky, y el Vals, Op. 69 nº 2 , de Chopin. Tras ellos, dos piezas más de factura propia; la habanera Alba nera y El último recuerdo , un homenaje a Tárrega y Barrios, que remató con un final de un eclecticismo galopante.

Tras el descanso, el guitarrista arrancó de nuevo el recital con una elegante interpretación de La Calma , de F. Sor, a la que siguieron dos arreglos del franco--tunecino sobre dos piezas míticas de Astor Piazzolla; el oscuro Libertango y el bellísimo y sensual Oblivion . Después volvimos a Francia para escuchar Nuages , de Django Reinhardt, y a Brasil con H. Villa-Lobos y su aria de la Bachiana Brasileira nº 5 , el choro Cariñoso , de Pixinguinha, y las espectaculares sonoridades de Berimbau , de Baden Powell, con el que Roland Dyens quiso acabar el concierto, algo que el público no permitió sin que nos obsequiase con un particular arreglo --como todos los suyos, tan personales como su forma de interpretar-- de la Gnossienne nº 1 , de Satie.