10º concierto de la temporada de abono de la Orquesta de Córdoba

Director: Lorenzo Ramos

Programa: Obras de Haydn y Brahms

El binomio sinfónico Haydn-Brahms propuesto como ciclo principal dentro de la temporada de abono constituye un exigente reto que se va resolviendo con desigual resultado según avanza el calendario: desde el principio, las interpretaciones de las últimas sinfonías de Haydn y de la integral de las de Brahms han seguido caminos divergentes, manteniendo cada uno su rumbo con una constancia que nos permite identificarlos y desgranarlos a estas alturas de la temporada.

Por un lado, las interpretaciones de las primeras han discurrido por senderos que han dibujado un loable Haydn en su madurez --lo cual no es poco--, con versiones que extraen brillo de la orquesta y que apuntan a concepciones equilibradas y muy legibles de sus últimas sinfonías. Otros derroteros han tomado, sin embargo, las versiones ofrecidas de las sinfonías de Brahms, por las que Ramos ha pasado de puntillas o como una exhalación, tendencia que se refuerza y corrobora con cada concierto, y éste último no ha sido una excepción.

La ambiciosa y exigente Sinfonía nº 103, en mi bemol mayor, El redoble de timbal es, de las de Haydn, la que mejor ha sonado hasta la fecha; desde el Adagio --Allegro con spirito -- en el que Ramos supo contraponer la atmósfera incierta y oscura de la introducción a la transparencia y levedad del desarrollo posterior, pasando por las densas variaciones del Andante piú tosto allegretto y el Minuetto hasta llegar al monotemático Allegro --en el que la orquesta sostuvo de forma vibrante la tensión que lo alimenta--, la formación sonó brillante y atenta, disciplinada y locuaz, viva.

Distinto es el carácter de la Sinfonía nº 3, en fa mayor, Op. 90 de Brahms, un abrupto camino plagado de reflexiones ensimismadas, de pasajes líricos asediados por apasionadas erupciones, de sutilezas que arman su discurso musical y emocional.

El Allegro con brio arrancó veloz, como es costumbre en nuestro director, pero no radica sólo ahí el problema (se puede armar una tercera con tempi muy variables si se sabe bien a qué lugar se quiere llegar), sino en la articulación, que deja espacio --o lapso-- a cada suceso: en la premura y el fraseo impuestos por el director los hermosos pasajes meditativos de las trompas no encontraron su lugar y la cuerda se vio en aprietos en las sucesivas entradas encadenadas.

Quizás las carencias de la versión ofrecida fueron más evidentes en el último movimiento, complejo y agitado, que termina deshaciéndose en el silencio y que se convirtió en una apresurada carrera que se interrumpe con brusquedad al llegar a un lugar en el que no ya había nada, en vez de una lucha de musculosos desarrollos y vertiginosos retornos que transita al final hacia una atmósfera cada vez más inmaterial en la que la sinfonía se disipa entre las brumas, el vacío y la distancia.