Hace poco más de un año pudimos ver en el Gran Teatro la Medea de Andrés Lima. Ayer, en la Sala Polifemo del Góngora hemos tenido el placer de asistir a la Medea de Aitana Sánchez--Gijón. Para este excelente trabajo, Aitana no necesita más que una simple silla sobre el escenario y el público, a escasos metros de ella, a modo de mudo Corifeo para el que Aitana desnuda todas las facetas de esa Medea: desde la hechicera hasta la vengadora.

Todo comienza con un cuento: la historia de Jasón y los Argonautas; su encuentro con el amor, con la pasión desmedida, con la muerte que la rodeará toda su vida. Por Jasón matará a su hermano y a todo el que se interponga; y también será el principio del fin: «¡Jasón, me debes un hermano!».

Medea hace cómplice al público para intentar llegar a la única conclusión posible: poner en práctica la más cruel venganza con la que arrancar hasta el último sufrimiento al hombre que la ha colocado en esta locura de celos y de humillación, exiliada y despojada de todo, hasta de sus hijos. Aitana da muestras de una gran actuación física y gestual. Pone pasión en todo lo que va descubriendo sobre el texto, ofreciendo íntimas sensaciones más que la propia trama de la obra. Textos inmortales escritos hace más de dos mil años que hoy nos hacen vibrar con la misma intensidad porque las pasiones son las mismas. Medea emprende un camino hacia la destrucción porque, para ella, el amor destruye a las personas y Aitana dota de gran fuerza a la historia a través de sacar de contexto en la escena la catástrofe emocional que la hará llegar a una decisión por dura que esta sea.

Si en la versión sobre este mismo personaje estrenada en Mérida, unas emotivas canciones suavizan con algo de dulzura el desarrollo de estos crímenes enloquecidos, esta Medea muestra toda la dureza a través de una interpretación en la que una soberbia Aitana Sánchez--Gijón se enfrenta sola a la tragedia y hace que el resto de personajes: Jasón, Creonte, sus hijos, guíen al espectador a través de esta historia de espanto y muerte.